lunes, 30 de julio de 2012

Los Juegos del Hambre

Entonces recuerdo las palabras de Peeta en el tejado: "desearía poder encontrar una forma de... de domstrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos".

Por primera vez, entiendo que significa.

Quiero hacer algo ahora mismo, aquí mismo, algo que los avergüence, que los haga responsables, que les demuestre que da igual lo que hagan o lo que nos obliguen a hacer, porque siempre habrá una parte de cada uno de nosotros que no será suya. Tienen que saber que Rue era algo más que una pieza de sus juegos, igual que yo misma. A pocos pasos de donde estamos hay un lecho de flores silvestres. En realidad, quizá sean malas hierbas, pero tienen flores con unos preciosos tonos violeta, amarillo y blanco. Recojo un puñado y regreso con Rue; poco a poco, tallo a tallo, decoro su cuerpo con las flores: cubro la fea herida, le rodeo la cara, le trenzo el pelo de vivos colores. Tendrán que emitirlo o, si deciden sacar otra cosa en este preciso momento, tendrán que volver aquí cuando recojan los cadáveres, y así todos la verán y sabrán que lo hice yo. Doy un paso atrás y miro a la niña por última vez; lo cierto es que podría estar dormida de verdad en ese prado.

- Adiós, Rue - Susurro.

Me llevo los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después la apunto con ellos. Me alejo sin mirar atrás.
 




Los Juegos del Hambre
Suzanne Collins

sábado, 28 de enero de 2012

El Principito

Como jamás había dibujado un cordero rehíce uno de los dos únicos dibujos que era capaz de hacer. El de la boa cerrada. Quedé estupefacto cuando oí al hombrecito que me respondía:

- ¡No! ¡No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa y un elefante muy embarazoso. En mi casa todo es pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.

Entonces dibujé. El hombrecito miró aentamente. Luego dijo:

- ¡No! este cordero está muy enfermo. Haz otro.

Yo dibujaba. Mi amigo sonrió amablemente, con indulgencia:

-¿Ves?... No es un cordero; es un carnero. Tiene cuernos...

Rehíce, pues, otra vez mi dibujo. Pero lo rechazó como los anteriores:

-Éste es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Entonces, impaciente, como tenía prisa por comenzar a desmontar mi motor, garabateé este dibujo. Y le largué:

-Ésta es la caja. el cordero que quieres está adentro.

Quedé verdaderamente sorprendido al ver iluminarse el rostro de mi joven juez:

- ¡Es exactamente como lo quería!