lunes, 25 de octubre de 2010

El Nombre del Viento


—¿Qué tengo que hacer —pregunté— para estudiar nominación con usted?

Elodin me miró con gesto sereno, como valorándome.

—Saltar —dijo—. Saltar de este tejado.

Entonces fue cuando comprendí que todo aquello había sido una prueba. Elodin me había estado midiendo desde que nos habíamos visto por primera vez. Sentía, a su pesar, respeto por mi tenacidad, y le había sorprendido que hubiera notado algo raro en la atmósfera de su habitación. Estaba a punto de aceptarme como pupilo.

Pero necesitaba más: necesitaba una prueba de mi entrega. Una demostración. Un acto de fe.
Y mientras estaba allí de pie, me vino a la mente un fragmento de la historia: «Táborlin se precipitó, pero no perdió la esperanza. Porque conocía el nombre del viento, y el viento le obedeció. Le habló al viento, y este lo meció y lo acarició. Lo bajó hasta el sue lo suavemente, como si fuera un vilano de cardo, y lo posó de pie con la dulzura del beso de una madre».

Elodin sabía el nombre del viento.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, salté del borde del tejado.

La expresión de Elodin era maravillosa. Nunca he visto a un hombre tan asombrado. Al caer, giré un poco sobre mí mismo, y Elodin permaneció en mi campo de visión. Le vi levantar un poco una mano, como si hiciera un tardío intento de sujetarme.

Me sentí ingrávido, como si flotara.

Y entonces caí contra el suelo. No suavemente, como se posa una pluma, sino con dureza. Como un ladrillo al golpear los adoquines de una calle. Aterricé de espaldas, con el brazo izquierdo debajo del cuerpo. Al dar mi cabeza contra el suelo, lo vi todo negro y me quedé sin aire en los pulmones.

No perdí el conocimiento. Me quedé allí tendido, sin poder respirar ni moverme. Recuerdo que pensé, convencido, que estaba muerto. Que estaba ciego.

Al final recobré la visión, y me puse a parpadear contra la repentina claridad del cielo azul. Me dolía mucho un hombro y notaba el sabor de la sangre en la boca. No podía respirar. Intenté rodar sobre mí mismo para liberar el brazo, pero mi cuerpo no me obedecía. Me había roto el cuello... la espalda...

Al cabo de unos largos y aterradores momentos, conseguí dar una bocanada, y luego otra. Exhalé un suspiro de alivio y comprendí que al menos tenía una costilla rota, además de todo lo demás; pero moví un poco los dedos de las manos, y luego los de los pies. Funcionaban. No me había partido la columna vertebral.

Mientras yo estaba allí tendido, calibrando mi suerte y las costillas que tenía rotas, Elodin apareció en mi campo de visión.

Me miró y dijo:

—Felicidades. Esa ha sido la cosa más estúpida que he visto jamás. —Su expresión era una mezcla de admiración e incredulidad—. Jamás.

El Nombre del Viento

Patrick Pothfuss

Encantamiento

- ¿Sabes en qué estaba pensando? - preguntó Piotr - Se puso tan excitada cuando soltaba aquella chorrada antihistórica y fuera de contexto que me puse a pensar "que tonto debe ser su profesor". Y, al pensar en su profesor, me di cuenta de que la excitación que mostraba mientras repetía como una cotorra lo que había aprendido en la universidad era como la que muestran mis propios alumnos, y me pasó por la cabeza que lo que los profesores creemos que es un "alumno brillante" no es sino uno que se ha convertido con entusiasmo a las esupideces que le hemos venido enseñando.

- El autoaprendizaje es algo que duele - dijo Esther - Darte cuenta de que, después de todo, tus alumnos son como loros.

- ¡Ah! Pero los que se llenan la cabeza con mis ideas y después las van soltando a voluntad por lo menos dicen cosas inteligentes, en especial si son mías.

- En especial si son tuyas...


Encantamiento

Orson Scott Card

miércoles, 13 de octubre de 2010

Wyrms


- No me encuentro entre los sabios - dijo Paciencia - Puede que ellos comprendieran la causa de todo, pero yo no.

- Pero si es justamente de ahí de donde viene el anhelo y el hambre. Cada retazo de experiencia que recordamos es como una historia para nosotros... una serie de acontecimientos que se encuentran conectados por los tirones y los empujones de la causa. Y creemos en esa historia de que todo se encuentra conectado casualmente sin dudar de ello, sin ponerlo a prueba. Hice esto porque. Hice esto para que. Y este es el mundo en el que vivimos. Eso se convierte en el marco por el cual lo recordamos todo. Pero algunas cosas no encajan.

- No solo algunas cosas.

- Dama Paciencia, las mentes débiles nunca se dan cuenta de ello. Para esas mentes todo encaja, porque, sencillamente, no recuerdan las cosas que estan fuera de lugar. Nunca sucedieron, el recuerdo ha desaparecido. Pero para aquellos que viven en la mente los lugares que no encajan no desaparecen. Se convierten en un terrible apetito que mora en ellos. ¿Por qué?, gritan. Por qué, por qué, por qué. Y no puedes quedarte satisfecho hasta no conoces la conexión, incluso si ello quiere decir que debes hacer pedazos todo el sistema que existía antes. Hubo una vez un tiempo durante el cual la humanidad estaba encerrada en un solo planeta y pensaban que su estrella daba vueltas alrededor de ese planeta, porque eso era cuantoveían, esa era la prueba que les daban sus ojos. Pero hubo algunos que supieron mirar con mas atención y vieron que eso no encajaba, y el por qué les acosó hasta que tuvieron una respuesta. Y cuando todo encajó. fueron capaces de mandar naves estelares a mundos como este.

- Todos los niños se interrogan sobre el por qué - dijo Pacincia.

- Pero la mayor parte de ellos dejan de hacerlo con el tiempo - dijo Voluntad.


Wyrms

Orson Scott Card