—¿Qué tengo que hacer —pregunté— para estudiar nominación con usted?
Elodin me miró con gesto sereno, como valorándome.
—Saltar —dijo—. Saltar de este tejado.
Entonces fue cuando comprendí que todo aquello había sido una prueba. Elodin me había estado midiendo desde que nos habíamos visto por primera vez. Sentía, a su pesar, respeto por mi tenacidad, y le había sorprendido que hubiera notado algo raro en la atmósfera de su habitación. Estaba a punto de aceptarme como pupilo.
Y mientras estaba allí de pie, me vino a la mente un fragmento de la historia: «Táborlin se precipitó, pero no perdió la esperanza. Porque conocía el nombre del viento, y el viento le obedeció. Le habló al viento, y este lo meció y lo acarició. Lo bajó hasta el sue lo suavemente, como si fuera un vilano de cardo, y lo posó de pie con la dulzura del beso de una madre».
Elodin sabía el nombre del viento.
Sin dejar de mirarlo a los ojos, salté del borde del tejado.
La expresión de Elodin era maravillosa. Nunca he visto a un hombre tan asombrado. Al caer, giré un poco sobre mí mismo, y Elodin permaneció en mi campo de visión. Le vi levantar un poco una mano, como si hiciera un tardío intento de sujetarme.
Me sentí ingrávido, como si flotara.
No perdí el conocimiento. Me quedé allí tendido, sin poder respirar ni moverme. Recuerdo que pensé, convencido, que estaba muerto. Que estaba ciego.
Al final recobré la visión, y me puse a parpadear contra la repentina claridad del cielo azul. Me dolía mucho un hombro y notaba el sabor de la sangre en la boca. No podía respirar. Intenté rodar sobre mí mismo para liberar el brazo, pero mi cuerpo no me obedecía. Me había roto el cuello... la espalda...
Al cabo de unos largos y aterradores momentos, conseguí dar una bocanada, y luego otra. Exhalé un suspiro de alivio y comprendí que al menos tenía una costilla rota, además de todo lo demás; pero moví un poco los dedos de las manos, y luego los de los pies. Funcionaban. No me había partido la columna vertebral.
Me miró y dijo:
—Felicidades. Esa ha sido la cosa más estúpida que he visto jamás. —Su expresión era una mezcla de admiración e incredulidad—. Jamás.
El Nombre del Viento
Patrick Pothfuss