jueves, 12 de agosto de 2010

Historias de cronopios y famas

M. C. Escher


INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón.
Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera,
ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimiento hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.


Historias de cronopopios y famas
Julio Cortázar


Frankenstein


- " ...Estoy solo, y soy miserable; el hombre no quiere asociarse conmigo; pero no me negará ese vínculo un ser que fuese tan deforme y horrible como yo mismo. Este compañero ha de ser de la misma especie, y tener los mismos defectos, y tú debes crearlo.”

El ser dejó de hablar, y fijó sus ojos en mí, ansioso de una respuesta. Pero yo me sentía desconcertado, perplejo e incapaz de organizar mis ideas en la medida necesaria para comprender la verdadera trascendencia de su propuesta.
Continuó hablando:

- “Debes crear una mujer para mí, una persona con la cual pueda vivir intercambiando las simpatías necesarias para mi ser. Sólo tú puedes hacerlo; y te lo reclamo como un derecho que no puedes rehusarme.”


Frankenstein
Mary Shelley

miércoles, 11 de agosto de 2010

La Costa más Lejana



- ¿Te das cuenta, Arren, de que un acto no es, como creen lo jovenes, lo mismo que una piedra que levantas del suelo y arrojas lejos, que da en el blanco o yerra, y nada mas? Cuando levantas la piedra, la tierra se aligera y la mano que la sostiene es mas pesada. Cuando la arrojas, influye en los circuitos de los astros, y allí donde golpea o cae, el universo cambia. De un acto cualquiera depende el Equilibrio del todo. Los vientos y los mares, los poderes del agua y de la tierra y de la luz: todo cuanto ellos hacen y todo cuanto hacen las plantas y las bestias hacen, bien hecho está, y es para bien. Todos actúan dentro del equilibrio. Desde el huracan y el mugido de la ballena hasta la caida de una hoja seca y el vuelo del moscardón, todo cuanto ellos hacen es parte del equilibrio del todo. Pero nosotros, los que tenemos poder sobre el mundo y sobre otros hombres, nosotros hemos de aprender a hacer lo que la hoja y la ballena y el viento hacen por naturaleza. Hemos de aprender a mantener el Equilibrio. Somos inteligentes, y no hemos de actuar en laignorancia. Somos capaces de elegir, y no hemos de actuar sin responsabilidad. ¿Quien soy yo, aunque pueda hacerlo, para castigar y recomprensar, para jugar con el destino de los hombres?

La Costa más Lejana
Historias de Terramar

Ursula K Le Guin



Déjame entrar



Eli apretó los labios, se concentró un segundo y dio luego una zancada hacia delante, por encima del umbral. Oskar tenía todo el cuerpo en tensión, esperaba algún rayo azul, que la puerta se girara, pasara a través de Eli y se cerrara de nuevo, o algo parecido. Pero no ocurrió nada. Eli entró y cerró la puerta después. Oskar se encogió de hombros.

- ¿Eso era todo?

- No exactamente.

Eli se quedó igual que estaba al otro lado de la puerta. Parada con los brazos a lo largo del cuerpo y con los ojos fijos en Oskar. Oskar meneó la cabeza.

- ¿Qué pasa? Ya esta...

Oskar se interrumpió cuando asomó una lágrima en uno de los lagrimales de Eli; no, una en cada lagrimal. Aunque no parecía una lágrima, porque era de color oscuro. La piel de la cara de Eli empezó a enrojecer, se puso de color rosa, rojo claro, rojo oscuro y sus puños se cerraron al tiempo que los poros de la cara se abrían y pequeñas perlas de sangre empezaban a aparecer como lunares en todo el rostro. Lo mismo que el cuello.
Los labios de Eli se retorcieron de dolor y una gota de sangre asomó por una de las comisuras y se fundió con las perlas de la cara, que se hacían cada vez más grandes al llegar a la barbilla y se deslizaban hacia abajo para juntarse con las gotas del cuello.
Oskar se quedó sin fuerza en los brazos; los dejó caer y el disco se salió de su funda, rebotó de canto en el suelo una vez y luego se estampó plano sobre la alfombra de la entrada. Su mirada se deslizó hacia las manos de Eli.
Tenía el dorso de las manos cubierto por una fina película de sangre, y salía mas.
Volvió a mirar a Eli a los ojos, no la encontró. Parecía como si los ojos se hubieran hundido en las cuencas: estaban llenos de sangre que los inundaba, corría a lo largo de la nariz y, cruzando los labios, entraba en la boca, de donde manaba mas sangre; dos hilillos le corrían desde las comisuras de la boca hasta el cuello, desapareciendo en la tirilla de su jersey, donde ahora empezaban a aparecer manchas mas oscuras.
Sangraba por todos los poros de su cuerpo.
Oskar lanzó un resuello, gritó:

- ¡Puedes entrar, tú puedes... eres bienvenida, tu puedes... tú puedes estar aquí!


Déjame entrar
John Ajvide Lindqvist



Las Tumbas de Atuan

Lloraba de dolor porque era libre. Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso llegue jamás a la meta.

Las Tumbas de Atuan
Historias de Terramar
Ursula K. Le Guin