—¿Qué es eso? —exclamó cuando nos cruzamos en un pequeño patio delante de la Principalía—. ¿Desde cuándo vas shaedado?
—¿Cómo dice? —pregunté.
—Tu capa, hombre. Tu capa multiforme. ¿De dónde demonios has sacado un shaed? —Confundió mi sorpresa con ignorancia—. ¿Acaso no sabes qué es eso que llevas?
—Sé lo que es —contesté—. Lo que me sorprende es que lo sepa usted.
Elodin me miró ofendido.
—Sí no supiera distinguir una capa feérica a unos metros de distancia, no sería un gran nominador. —Cogió una esquina del shaed entre dos dedos—. Es preciosa. He aquí una obra de magia antigua de las que raramente se ven hoy en día.
—De hecho es una obra de magia muy nueva —dije.
—¿Qué quieres decir?
Como era evidente que mi explicación conllevaría una larga historia, Elodin me condujo a una taberna pequeña y acogedora que yo no conocía. De hecho, no sé si llamarla taberna. No estaba abarrotada de estudiantes parlanchines ni olía a cerveza. Estaba poco iluminada y silenciosa; tenía los techos bajos y había cómodos butacones repartidos por toda la sala. Olía a cuero y vino viejo.
Nos sentamos cerca de un radiador encendido y nos tomamos una sidra dulce servida caliente y especiada mientras le relataba toda la historia de mi involuntario viaje a Fata. Sentí un alivio tremendo. Todavía no había podido contárselo a nadie por temor a que toda la Universidad se riera de mí.
Elodin resultó un público sorprendentemente atento y se interesó especialmente por el combate que habíamos mantenido Felurian y yo cuando ella intentó doblegarme.
Cuando terminé de contarle la historia, me acribilló a preguntas. ¿Recordaba qué había dicho para llamar al viento? ¿Qué había sentido? Ese extraño estado de alerta que describía, ¿era como estar borracho, o más bien como estar en estado de shock?
Contesté lo mejor que pude, y al final Elodin se reclinó en el respaldo asintiendo con la cabeza en silencio.
—Que un alumno vaya a perseguir el viento y lo atrape es una buena señal —dijo con aprobación—. Ya lo has llamado dos veces. A partir de ahora, cada vez será más fácil.
—Tres veces, en realidad —lo corregí—. Volví a encontrarlo mientras estaba en Ademre.
Elodin rió.
—¡Lo perseguiste hasta el borde del mapa!—dijo haciendo un amplio ademán con la mano izquierda abierta. Perplejo, caí en la cuenta de que aquel era el signo adem de respeto y asombro—. ¿Qué sentiste? ¿Crees que podrías encontrar otra vez su nombre si lo necesitaras?
Me concentré y traté de dirigir mi mente hacia la Hoja que Gira. Había pasado un mes desde la última vez que lo intentara, y había recorrido más de mil kilómetros, y no me fue fácil sumir mi mente en aquel vacío extraño y vertiginoso.
Al final lo conseguí. Miré alrededor con la esperanza de ver el nombre del viento como quien ve a un viejo amigo. Pero allí solo había motas de polvo arremolinándose en un rayo de sol que entraba sesgado por una ventana.
—¿Y bien? —preguntó Elodin—. ¿Podrías llamarlo si lo necesitaras?
—Tal vez —dije, vacilante.
Elodin asintió con la cabeza para indicar que lo entendía.
—Pero seguramente no podrías llamarlo si alguien te lo pidiera, ¿verdad?
Afirmé con la cabeza, un tanto compungido.
—No te desanimes. Así tendremos algo en que trabajar. —Sonrió alegremente y me dio unas palmadas en la espalda—. Pero creo que tu historia revela algo más de lo que tú crees. Hiciste algo más que llamar al viento. Por lo que me cuentas, creo que lo que llamaste fue...
—Tu capa, hombre. Tu capa multiforme. ¿De dónde demonios has sacado un shaed? —Confundió mi sorpresa con ignorancia—. ¿Acaso no sabes qué es eso que llevas?
—Sé lo que es —contesté—. Lo que me sorprende es que lo sepa usted.
Elodin me miró ofendido.
—Sí no supiera distinguir una capa feérica a unos metros de distancia, no sería un gran nominador. —Cogió una esquina del shaed entre dos dedos—. Es preciosa. He aquí una obra de magia antigua de las que raramente se ven hoy en día.
—De hecho es una obra de magia muy nueva —dije.
—¿Qué quieres decir?
Como era evidente que mi explicación conllevaría una larga historia, Elodin me condujo a una taberna pequeña y acogedora que yo no conocía. De hecho, no sé si llamarla taberna. No estaba abarrotada de estudiantes parlanchines ni olía a cerveza. Estaba poco iluminada y silenciosa; tenía los techos bajos y había cómodos butacones repartidos por toda la sala. Olía a cuero y vino viejo.
Nos sentamos cerca de un radiador encendido y nos tomamos una sidra dulce servida caliente y especiada mientras le relataba toda la historia de mi involuntario viaje a Fata. Sentí un alivio tremendo. Todavía no había podido contárselo a nadie por temor a que toda la Universidad se riera de mí.
Elodin resultó un público sorprendentemente atento y se interesó especialmente por el combate que habíamos mantenido Felurian y yo cuando ella intentó doblegarme.
Cuando terminé de contarle la historia, me acribilló a preguntas. ¿Recordaba qué había dicho para llamar al viento? ¿Qué había sentido? Ese extraño estado de alerta que describía, ¿era como estar borracho, o más bien como estar en estado de shock?
Contesté lo mejor que pude, y al final Elodin se reclinó en el respaldo asintiendo con la cabeza en silencio.
—Que un alumno vaya a perseguir el viento y lo atrape es una buena señal —dijo con aprobación—. Ya lo has llamado dos veces. A partir de ahora, cada vez será más fácil.
—Tres veces, en realidad —lo corregí—. Volví a encontrarlo mientras estaba en Ademre.
Elodin rió.
—¡Lo perseguiste hasta el borde del mapa!—dijo haciendo un amplio ademán con la mano izquierda abierta. Perplejo, caí en la cuenta de que aquel era el signo adem de respeto y asombro—. ¿Qué sentiste? ¿Crees que podrías encontrar otra vez su nombre si lo necesitaras?
Me concentré y traté de dirigir mi mente hacia la Hoja que Gira. Había pasado un mes desde la última vez que lo intentara, y había recorrido más de mil kilómetros, y no me fue fácil sumir mi mente en aquel vacío extraño y vertiginoso.
Al final lo conseguí. Miré alrededor con la esperanza de ver el nombre del viento como quien ve a un viejo amigo. Pero allí solo había motas de polvo arremolinándose en un rayo de sol que entraba sesgado por una ventana.
—¿Y bien? —preguntó Elodin—. ¿Podrías llamarlo si lo necesitaras?
—Tal vez —dije, vacilante.
Elodin asintió con la cabeza para indicar que lo entendía.
—Pero seguramente no podrías llamarlo si alguien te lo pidiera, ¿verdad?
Afirmé con la cabeza, un tanto compungido.
—No te desanimes. Así tendremos algo en que trabajar. —Sonrió alegremente y me dio unas palmadas en la espalda—. Pero creo que tu historia revela algo más de lo que tú crees. Hiciste algo más que llamar al viento. Por lo que me cuentas, creo que lo que llamaste fue...
El Temor de un Hombre Sabio
Patrick Rothfuss
Patrick Rothfuss
6 comentarios:
Y hasta aquí puedo leer... He tratado de buscar algo lo suficientemente llamativo para picarte pero que estuviera, en la medida de lo posible, libre de spoliers...
Muahahaha...
PD: vuelve a poner una foto de cabecera o algo anda porfa... que ahora da penita ver el blog...
Por cierto, ^Primero lee el fragmento y luego lee este coment....
¿Ya esta? vale, cuando leí este capítulo, una de las frases que justo he puesto me recordaron subitamente "algo"... no doy mas pistas, ¿sabes de que hablo? ... =)
uoooo malditaaa joo que guayyy!!!
me lo quiero leer yaa!! ^^
joo y que frase te ha recordado algo?? no lo se :__(
Olía a cuero y vino viejo.
Esa es la frase...
:O Delirio!!! jaja no me habia dado cuenta!!
premioo!!
Y es es nombre de la espada ¿no?
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