jueves, 1 de diciembre de 2011
Cages
El Blanco Permanente, sin pelear
deja los pinceles tal como estaban,
si acaso con la puntas, dobladas,
todo un espectáculo,
mezcla y casa los colores, "Bien",
dijo Miguel Ángel.
"¿Y cómo eres por dentro?"
Y el papel contestó:
"¡Piérdete, paleto!
Soy blanco y perfecto
soy de tejido fino,
soy cúmulo, marfil, muros de la Toscana.
Intrínsecamente natural,
soy equilátero,
si vas a marcarme
procura hacerlo bien.
¿Crees que puedes mejorarme?
¿Tienes huevos para hacerlo?
El Papel
Fervor
El Artista
Ansiedad
Y sintiendo el triunfo de las cosas inanimadas
la alfombra
se acicala.
Cages
Dave Mckean.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Juego de Tronos
- Le he pegado - dijo con la voz llena de asombro. Todo le parecía un sueño extraño y remoto. - Ser Jorah, ¿crees...? Cuando vuelva estará muy enfadado conmigo... - Se estremeció - He despertado al dragón ¿verdad?
- ¿Tenéis poder para despertar a los muertos, niña? - Ser Jorah dejó escapar una carcajada despectiva - Vuestro hermano Rhaegar era el último dragón, y murió en el Tridente. Viserys no es ni la sombra de una serpiente.
- Pero... tú... le juraste lealtad... - Lo brusco de aquellas palabras la había sobresaltado. De repente, todo aquello en lo que siempre había creído parecía cuestionable.
- Cierto, niña - asintió Ser Jorah - Y si vuestro hermano es la sombra de una serpiente, ¿qué somos los que lo servimos? - Había amargura en su voz.
- Pero aun así, es el verdadero rey. Es...
- Decidme la verdad - le pidió Jorah mientras detenía el caballo y la miraba - ¿Queréis que Viserys se siente en un trono?
- No sería un buen rey, ¿verdad? - dijo Dany después de meditar un momento.
- Los ha habido peores... pero no muchos. - El caballero volvió a poner su montura al paso.
- De todos modos - insistió Dany situándose junto a él - el pueblo llano lo espera. El magíster Illyrio dice que están bordando estandartes de dragones y rezando por que Viserys cruce el mar Angosto y regrese para liberarlos.
- El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás - replicó Ser Jorah - A ellos no les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras los dejen en paz. - Se encogió de hombros - Pero nunca los dejan en paz.
Juego de tronos
Canción de Hielo y fuego #1
George R. R. Martin
domingo, 20 de noviembre de 2011
El Temor de un Hombre Sabio
—¿Qué es eso? —exclamó cuando nos cruzamos en un pequeño patio delante de la Principalía—. ¿Desde cuándo vas shaedado?
—Tu capa, hombre. Tu capa multiforme. ¿De dónde demonios has sacado un shaed? —Confundió mi sorpresa con ignorancia—. ¿Acaso no sabes qué es eso que llevas?
—Sé lo que es —contesté—. Lo que me sorprende es que lo sepa usted.
Elodin me miró ofendido.
—Sí no supiera distinguir una capa feérica a unos metros de distancia, no sería un gran nominador. —Cogió una esquina del shaed entre dos dedos—. Es preciosa. He aquí una obra de magia antigua de las que raramente se ven hoy en día.
—De hecho es una obra de magia muy nueva —dije.
—¿Qué quieres decir?
Como era evidente que mi explicación conllevaría una larga historia, Elodin me condujo a una taberna pequeña y acogedora que yo no conocía. De hecho, no sé si llamarla taberna. No estaba abarrotada de estudiantes parlanchines ni olía a cerveza. Estaba poco iluminada y silenciosa; tenía los techos bajos y había cómodos butacones repartidos por toda la sala. Olía a cuero y vino viejo.
Nos sentamos cerca de un radiador encendido y nos tomamos una sidra dulce servida caliente y especiada mientras le relataba toda la historia de mi involuntario viaje a Fata. Sentí un alivio tremendo. Todavía no había podido contárselo a nadie por temor a que toda la Universidad se riera de mí.
Elodin resultó un público sorprendentemente atento y se interesó especialmente por el combate que habíamos mantenido Felurian y yo cuando ella intentó doblegarme.
Cuando terminé de contarle la historia, me acribilló a preguntas. ¿Recordaba qué había dicho para llamar al viento? ¿Qué había sentido? Ese extraño estado de alerta que describía, ¿era como estar borracho, o más bien como estar en estado de shock?
Contesté lo mejor que pude, y al final Elodin se reclinó en el respaldo asintiendo con la cabeza en silencio.
—Que un alumno vaya a perseguir el viento y lo atrape es una buena señal —dijo con aprobación—. Ya lo has llamado dos veces. A partir de ahora, cada vez será más fácil.
—Tres veces, en realidad —lo corregí—. Volví a encontrarlo mientras estaba en Ademre.
Elodin rió.
—¡Lo perseguiste hasta el borde del mapa!—dijo haciendo un amplio ademán con la mano izquierda abierta. Perplejo, caí en la cuenta de que aquel era el signo adem de respeto y asombro—. ¿Qué sentiste? ¿Crees que podrías encontrar otra vez su nombre si lo necesitaras?
Me concentré y traté de dirigir mi mente hacia la Hoja que Gira. Había pasado un mes desde la última vez que lo intentara, y había recorrido más de mil kilómetros, y no me fue fácil sumir mi mente en aquel vacío extraño y vertiginoso.
Al final lo conseguí. Miré alrededor con la esperanza de ver el nombre del viento como quien ve a un viejo amigo. Pero allí solo había motas de polvo arremolinándose en un rayo de sol que entraba sesgado por una ventana.
—¿Y bien? —preguntó Elodin—. ¿Podrías llamarlo si lo necesitaras?
—Tal vez —dije, vacilante.
Elodin asintió con la cabeza para indicar que lo entendía.
—Pero seguramente no podrías llamarlo si alguien te lo pidiera, ¿verdad?
Afirmé con la cabeza, un tanto compungido.
—No te desanimes. Así tendremos algo en que trabajar. —Sonrió alegremente y me dio unas palmadas en la espalda—. Pero creo que tu historia revela algo más de lo que tú crees. Hiciste algo más que llamar al viento. Por lo que me cuentas, creo que lo que llamaste fue...
Patrick Rothfuss
domingo, 3 de abril de 2011
martes, 22 de marzo de 2011
Dune
—Estamos en vuestras manos —dijo el Duque. Dio un paso adelante y abrió su ropa, viendo a Halleck alzándose sobre la punta de sus pies, inmóvil y atento, aunque aparentemente tranquilo—. Y, si sois tan amable —prosiguió el Duque—, os agradeceré una explicación acerca de esa ropa de alguien que vive tan íntimamente con ella.
—Ciertamente —dijo Kynes. Metió la mano bajo la ropa para comprobar las fijaciones de los hombros, hablando mientras examinaba el conjunto—. Básicamente es un tejido de varias microcapas... un filtro de alta eficacia y un sistema de intercambio de calor. —Ajustó las fijaciones de los hombros—. La capa en contacto con la piel es porosa. La transpiración pasa a través, refrescando el cuerpo... un proceso normal de evaporación. Las otras dos capas... —Kynes apretó el pectoral—... contienen filamentos de intercambio de calor y precipitaciones de sal. La sal es así recuperada.
Invitó al Duque a alzar los brazos con un gesto, y éste dijo:
—Muy interesante.
—Respirad profundamente —dijo Kynes.
El Duque obedeció. Kynes estudió las fijaciones de las axilas, ajustando una.
—Los movimientos del cuerpo, especialmente la respiración —dijo— y alguna acción osmótica, proveen al cuerpo de la energía suficiente para el bombeo. —Alargó ligeramente el pectoral—. El agua recuperada circula y termina yendo a parar a los bolsillos de recuperación, de donde uno puede aspirarla a través de este tubo fijado al lado de vuestro cuello.
El Duque ladeó la cabeza para ver la extremidad del tubo.
—Simple y eficiente —dijo— Buena construcción.
Kynes se arrodilló para examinar las fijaciones de la piernas.
—La orina y las heces son procesadas en el revestimiento de los muslos —dijo, alzándose, tendiendo una mano hacia la fijación del cuello y levantando una sección cuadrada—. En pleno desierto, deberéis llevar este filtro sobre el rostro y estos tampones fijados a estos tubos en la nariz. Se inspira a través del filtro, con la boca, y se expira a través de la nariz. Con un traje Fremen en buenas condiciones, no perderéis más de un dedal de humedad al día... aunque os perdierais en el Gran Erg.
—Un dedal por día —dijo el Duque.
Kynes apretó un dedo contra la parte de la ropa que cubría la frente y dijo:
—Aquí es probable que el roce produzca irritación. En este caso, decídmelo y apretaré un poco más.
—Gracias —dijo el Duque. Movió los hombros, mientras Kynes retrocedía, y se sintió mucho más cómodo, notando que el traje estaba mejor ajustado y le irritaba menos.
Kynes se volvió hacia Paul.
—Ahora vamos a por vos, joven.
Paul permaneció impasible mientras Kynes inspeccionaba sus ropas. Colocarse aquel traje de brillante y crujiente superficie le había causado una extraña sensación. En su consciencia sabía absolutamente que nunca antes de ahora se había enfundado un destiltraje. Y sin embargo, cada movimiento mientras se lo ajustaba bajo la torpe dirección de Gurney le había parecido natural e instintivo. Cuando había apretado el pectoral para obtener la máxima acción de bombeo del movimiento respiratorio, había sabido exactamente lo que estaba haciendo y para qué. Cuando había sujetado las correas del cuello y la frente, apretándolas al máximo, había sabido que esto era indispensable para evitar los roces.
Kynes se alzó y retrocedió con una expresión desconcertada.
—¿Habéis llevado ya un destiltraje antes de ahora? —preguntó.
—Esta es la primera vez.
—Entonces, ¿alguien os lo ha ajustado?
—No.
—Vuestras botas de desierto están puestas de modo que dejan libre juego a los tobillos. ¿Quién os lo ha enseñado?
—Esto... me ha parecido que era el modo correcto de ponérmelas.
—Realmente lo es.
Y Kynes se frotó la barbilla, pensando en la leyenda: Conocerá vuestras costumbres como si hubiera nacido entre vosotros.
Dune
Frank Herbert
martes, 1 de marzo de 2011
El Libro de la Tierra Negra
En el Luctu Al, el Lugar de la Roña y la Carroña, vivían los hijos de los que no habían ido: los hijos de los wudstocs, los rechazados, los fracasados, los monstruos, los que no habían podido embarcarse. En lo que la iglesia llamaba el Tiempo de la Locura, cuando muchedumbres enteras habían ansiado abandonar la Tierra para buscar un sueño en la negrura del cielo, no todos habían tenido suerte. Muchos se habían sometido a operaciones que les habían aguzado los sentidos, les había transformado el cuerpo, les habían alterado la mente. No todos tenían el dinero para pagarse las mejores atenciones, ni todos tenían la resistencia para aguantar las metamorfosis. Otros, simplemente, habían sido víctimas de estafadores que les habían quitado el dinero y los habían transformado en monstruos. Y a muchos la Ciudad del Cielo simplemente les había cerrado las puertas, porque eran demasiados. El Efecto Rastova, que había abaratado el costo de las transformaciones corporales y mentales necesarias para viajar a otros mundos, había inspirado un sueño de gloria a un sinfín de desplazados, hambreados y descastados que en cabañas de lata, cartón, paja o bambú veían por sus televisores las seductoras imágenes de propaganda que prometían una vida nueva en el cielo.
El Libro de la Tierra Negra
Carlos Gardini
Se Alquila un Planeta
Jowe decía que toda la galaxia estaba sumida en una guerra cruel. Como todas las guerras, con ofensivas y contraatques, con movimientos de diversión y retiradas tácticas. Pero una guerra comercial; por nuevas tecnologías, por mercados, por clientes, por mano de obra barata.
Desde el principio, la humanidad había sidouna perdedora en aquel conflicto. Y como tal, fue condenada a ser cliente y nunca rival, ni si quiera en potencia. La Tierra apenas producía alimentos, ropas y medicinas para abastecer a una cuarta parte de su población. Y lo que fabricaba erande tan baja calidad que no competía ni con los peores y mas baratos productos de las tecnocracias xenoides. La producción terraquea tenía un caracter y un destino casi exclusivamente folklórico-turístico.
"Por conveniencia comercial han convertido a la Tierra en un mundo-souvenir", recordó Buca otra frase de Jowe.
Se Alquila un Planeta
Yoss