lunes, 30 de julio de 2012

Los Juegos del Hambre

Entonces recuerdo las palabras de Peeta en el tejado: "desearía poder encontrar una forma de... de domstrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos".

Por primera vez, entiendo que significa.

Quiero hacer algo ahora mismo, aquí mismo, algo que los avergüence, que los haga responsables, que les demuestre que da igual lo que hagan o lo que nos obliguen a hacer, porque siempre habrá una parte de cada uno de nosotros que no será suya. Tienen que saber que Rue era algo más que una pieza de sus juegos, igual que yo misma. A pocos pasos de donde estamos hay un lecho de flores silvestres. En realidad, quizá sean malas hierbas, pero tienen flores con unos preciosos tonos violeta, amarillo y blanco. Recojo un puñado y regreso con Rue; poco a poco, tallo a tallo, decoro su cuerpo con las flores: cubro la fea herida, le rodeo la cara, le trenzo el pelo de vivos colores. Tendrán que emitirlo o, si deciden sacar otra cosa en este preciso momento, tendrán que volver aquí cuando recojan los cadáveres, y así todos la verán y sabrán que lo hice yo. Doy un paso atrás y miro a la niña por última vez; lo cierto es que podría estar dormida de verdad en ese prado.

- Adiós, Rue - Susurro.

Me llevo los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después la apunto con ellos. Me alejo sin mirar atrás.
 




Los Juegos del Hambre
Suzanne Collins

sábado, 28 de enero de 2012

El Principito

Como jamás había dibujado un cordero rehíce uno de los dos únicos dibujos que era capaz de hacer. El de la boa cerrada. Quedé estupefacto cuando oí al hombrecito que me respondía:

- ¡No! ¡No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa y un elefante muy embarazoso. En mi casa todo es pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.

Entonces dibujé. El hombrecito miró aentamente. Luego dijo:

- ¡No! este cordero está muy enfermo. Haz otro.

Yo dibujaba. Mi amigo sonrió amablemente, con indulgencia:

-¿Ves?... No es un cordero; es un carnero. Tiene cuernos...

Rehíce, pues, otra vez mi dibujo. Pero lo rechazó como los anteriores:

-Éste es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Entonces, impaciente, como tenía prisa por comenzar a desmontar mi motor, garabateé este dibujo. Y le largué:

-Ésta es la caja. el cordero que quieres está adentro.

Quedé verdaderamente sorprendido al ver iluminarse el rostro de mi joven juez:

- ¡Es exactamente como lo quería!

jueves, 1 de diciembre de 2011

Cages

Capítulo 3: Fracasando.

El Blanco Permanente, sin pelear
deja los pinceles tal como estaban,
si acaso con la puntas, dobladas,
todo un espectáculo,
mezcla y casa los colores, "Bien",
dijo Miguel Ángel.
"¿Y cómo eres por dentro?"
Y el papel contestó:
"¡Piérdete, paleto!
Soy blanco y perfecto
soy de tejido fino,
soy cúmulo, marfil, muros de la Toscana.
Intrínsecamente natural,
soy equilátero,
si vas a marcarme
procura hacerlo bien.
¿Crees que puedes mejorarme?
¿Tienes huevos para hacerlo?

El Papel
Fervor
El Artista
Ansiedad
Y sintiendo el triunfo de las cosas inanimadas
la alfombra
se acicala.

Cages
Dave Mckean.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Juego de Tronos



- Le he pegado - dijo con la voz llena de asombro. Todo le parecía un sueño extraño y remoto. - Ser Jorah, ¿crees...? Cuando vuelva estará muy enfadado conmigo... - Se estremeció - He despertado al dragón ¿verdad?

- ¿Tenéis poder para despertar a los muertos, niña? - Ser Jorah dejó escapar una carcajada despectiva - Vuestro hermano Rhaegar era el último dragón, y murió en el Tridente. Viserys no es ni la sombra de una serpiente.

- Pero... tú... le juraste lealtad... - Lo brusco de aquellas palabras la había sobresaltado. De repente, todo aquello en lo que siempre había creído parecía cuestionable.

- Cierto, niña - asintió Ser Jorah - Y si vuestro hermano es la sombra de una serpiente, ¿qué somos los que lo servimos? - Había amargura en su voz.

- Pero aun así, es el verdadero rey. Es...

- Decidme la verdad - le pidió Jorah mientras detenía el caballo y la miraba - ¿Queréis que Viserys se siente en un trono?

- No sería un buen rey, ¿verdad? - dijo Dany después de meditar un momento.

- Los ha habido peores... pero no muchos. - El caballero volvió a poner su montura al paso.

- De todos modos - insistió Dany situándose junto a él - el pueblo llano lo espera. El magíster Illyrio dice que están bordando estandartes de dragones y rezando por que Viserys cruce el mar Angosto y regrese para liberarlos.

- El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás - replicó Ser Jorah - A ellos no les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras los dejen en paz. - Se encogió de hombros - Pero nunca los dejan en paz.


Juego de tronos
Canción de Hielo y fuego #1
George R. R. Martin

domingo, 20 de noviembre de 2011

El Temor de un Hombre Sabio


—¿Qué es eso? —exclamó cuando nos cruzamos en un pequeño patio delante de la Principalía—. ¿Desde cuándo vas shaedado?

—¿Cómo dice? —pregunté.
—Tu capa, hombre. Tu capa multiforme. ¿De dónde demonios has sacado un shaed? —Confundió mi sorpresa con ignorancia—. ¿Acaso no sabes qué es eso que llevas?

—Sé lo que es —contesté—. Lo que me sorprende es que lo sepa usted.
Elodin me miró ofendido.
—Sí no supiera distinguir una capa feérica a unos metros de distancia, no sería un gran nominador. —Cogió una esquina del shaed entre dos dedos—. Es preciosa. He aquí una obra de magia antigua de las que raramente se ven hoy en día.
—De hecho es una obra de magia muy nueva —dije.
—¿Qué quieres decir?
Como era evidente que mi explicación conllevaría una larga historia, Elodin me condujo a una taberna pequeña y acogedora que yo no conocía. De hecho, no sé si llamarla taberna. No estaba abarrotada de estudiantes parlanchines ni olía a cerveza. Estaba poco iluminada y silenciosa; tenía los techos bajos y había cómodos butacones repartidos por toda la sala. Olía a cuero y vino viejo.
Nos sentamos cerca de un radiador encendido y nos tomamos una sidra dulce servida caliente y especiada mientras le relataba toda la historia de mi involuntario viaje a Fata. Sentí un alivio tremendo. Todavía no había podido contárselo a nadie por temor a que toda la Universidad se riera de mí.
Elodin resultó un público sorprendentemente atento y se interesó especialmente por el combate que habíamos mantenido Felurian y yo cuando ella intentó doblegarme.
Cuando terminé de contarle la historia, me acribilló a preguntas. ¿Recordaba qué había dicho para llamar al viento? ¿Qué había sentido? Ese extraño estado de alerta que describía, ¿era como estar borracho, o más bien como estar en estado de shock?
Contesté lo mejor que pude, y al final Elodin se reclinó en el respaldo asintiendo con la cabeza en silencio.
—Que un alumno vaya a perseguir el viento y lo atrape es una buena señal —dijo con aprobación—. Ya lo has llamado dos veces. A partir de ahora, cada vez será más fácil.
—Tres veces, en realidad —lo corregí—. Volví a encontrarlo mientras estaba en Ademre.
Elodin rió.
—¡Lo perseguiste hasta el borde del mapa!—dijo haciendo un amplio ademán con la mano izquierda abierta. Perplejo, caí en la cuenta de que aquel era el signo adem de respeto y asombro—. ¿Qué sentiste? ¿Crees que podrías encontrar otra vez su nombre si lo necesitaras?
Me concentré y traté de dirigir mi mente hacia la Hoja que Gira. Había pasado un mes desde la última vez que lo intentara, y había recorrido más de mil kilómetros, y no me fue fácil sumir mi mente en aquel vacío extraño y vertiginoso.
Al final lo conseguí. Miré alrededor con la esperanza de ver el nombre del viento como quien ve a un viejo amigo. Pero allí solo había motas de polvo arremolinándose en un rayo de sol que entraba sesgado por una ventana.
—¿Y bien? —preguntó Elodin—. ¿Podrías llamarlo si lo necesitaras?
—Tal vez —dije, vacilante.
Elodin asintió con la cabeza para indicar que lo entendía.
—Pero seguramente no podrías llamarlo si alguien te lo pidiera, ¿verdad?
Afirmé con la cabeza, un tanto compungido.
—No te desanimes. Así tendremos algo en que trabajar. —Sonrió alegremente y me dio unas palmadas en la espalda—. Pero creo que tu historia revela algo más de lo que tú crees. Hiciste algo más que llamar al viento. Por lo que me cuentas, creo que lo que llamaste fue...


El Temor de un Hombre Sabio
Patrick Rothfuss

domingo, 3 de abril de 2011

Batman: El Hombre que Ríe




Batman: El hombre que ríe
(incluido en "Batman la colección")
Ed Brubaker
Doug Mahnke

martes, 22 de marzo de 2011

Dune



—Estamos en vuestras manos —dijo el Duque. Dio un paso adelante y abrió su ropa, viendo a Halleck alzándose sobre la punta de sus pies, inmóvil y atento, aunque aparentemente tranquilo—. Y, si sois tan amable —prosiguió el Duque—, os agradeceré una explicación acerca de esa ropa de alguien que vive tan íntimamente con ella.

—Ciertamente —dijo Kynes. Metió la mano bajo la ropa para comprobar las fijaciones de los hombros, hablando mientras examinaba el conjunto—. Básicamente es un tejido de varias microcapas... un filtro de alta eficacia y un sistema de intercambio de calor. —Ajustó las fijaciones de los hombros—. La capa en contacto con la piel es porosa. La transpiración pasa a través, refrescando el cuerpo... un proceso normal de evaporación. Las otras dos capas... —Kynes apretó el pectoral—... contienen filamentos de intercambio de calor y precipitaciones de sal. La sal es así recuperada.

Invitó al Duque a alzar los brazos con un gesto, y éste dijo:

—Muy interesante.

—Respirad profundamente —dijo Kynes.

El Duque obedeció. Kynes estudió las fijaciones de las axilas, ajustando una.

—Los movimientos del cuerpo, especialmente la respiración —dijo— y alguna acción osmótica, proveen al cuerpo de la energía suficiente para el bombeo. —Alargó ligeramente el pectoral—. El agua recuperada circula y termina yendo a parar a los bolsillos de recuperación, de donde uno puede aspirarla a través de este tubo fijado al lado de vuestro cuello.

El Duque ladeó la cabeza para ver la extremidad del tubo.

—Simple y eficiente —dijo— Buena construcción.

Kynes se arrodilló para examinar las fijaciones de la piernas.

—La orina y las heces son procesadas en el revestimiento de los muslos —dijo, alzándose, tendiendo una mano hacia la fijación del cuello y levantando una sección cuadrada—. En pleno desierto, deberéis llevar este filtro sobre el rostro y estos tampones fijados a estos tubos en la nariz. Se inspira a través del filtro, con la boca, y se expira a través de la nariz. Con un traje Fremen en buenas condiciones, no perderéis más de un dedal de humedad al día... aunque os perdierais en el Gran Erg.

—Un dedal por día —dijo el Duque.

Kynes apretó un dedo contra la parte de la ropa que cubría la frente y dijo:

—Aquí es probable que el roce produzca irritación. En este caso, decídmelo y apretaré un poco más.

—Gracias —dijo el Duque. Movió los hombros, mientras Kynes retrocedía, y se sintió mucho más cómodo, notando que el traje estaba mejor ajustado y le irritaba menos.

Kynes se volvió hacia Paul.

—Ahora vamos a por vos, joven.

Un hombre valiente, pensó el Duque. Pero deberá aprender a darnos nuestros títulos.
Paul permaneció impasible mientras Kynes inspeccionaba sus ropas. Colocarse aquel traje de brillante y crujiente superficie le había causado una extraña sensación. En su consciencia sabía absolutamente que nunca antes de ahora se había enfundado un destiltraje. Y sin embargo, cada movimiento mientras se lo ajustaba bajo la torpe dirección de Gurney le había parecido natural e instintivo. Cuando había apretado el pectoral para obtener la máxima acción de bombeo del movimiento respiratorio, había sabido exactamente lo que estaba haciendo y para qué. Cuando había sujetado las correas del cuello y la frente, apretándolas al máximo, había sabido que esto era indispensable para evitar los roces.

Kynes se alzó y retrocedió con una expresión desconcertada.

—¿Habéis llevado ya un destiltraje antes de ahora? —preguntó.

—Esta es la primera vez.

—Entonces, ¿alguien os lo ha ajustado?

—No.

—Vuestras botas de desierto están puestas de modo que dejan libre juego a los tobillos. ¿Quién os lo ha enseñado?

—Esto... me ha parecido que era el modo correcto de ponérmelas.

—Realmente lo es.

Y Kynes se frotó la barbilla, pensando en la leyenda: Conocerá vuestras costumbres como si hubiera nacido entre vosotros.

Dune

Frank Herbert

martes, 1 de marzo de 2011

El Libro de la Tierra Negra


En el Luctu Al, el Lugar de la Roña y la Carroña, vivían los hijos de los que no habían ido: los hijos de los wudstocs, los rechazados, los fracasados, los monstruos, los que no habían podido embarcarse. En lo que la iglesia llamaba el Tiempo de la Locura, cuando muchedumbres enteras habían ansiado abandonar la Tierra para buscar un sueño en la negrura del cielo, no todos habían tenido suerte. Muchos se habían sometido a operaciones que les habían aguzado los sentidos, les había transformado el cuerpo, les habían alterado la mente. No todos tenían el dinero para pagarse las mejores atenciones, ni todos tenían la resistencia para aguantar las metamorfosis. Otros, simplemente, habían sido víctimas de estafadores que les habían quitado el dinero y los habían transformado en monstruos. Y a muchos la Ciudad del Cielo simplemente les había cerrado las puertas, porque eran demasiados. El Efecto Rastova, que había abaratado el costo de las transformaciones corporales y mentales necesarias para viajar a otros mundos, había inspirado un sueño de gloria a un sinfín de desplazados, hambreados y descastados que en cabañas de lata, cartón, paja o bambú veían por sus televisores las seductoras imágenes de propaganda que prometían una vida nueva en el cielo.


El Libro de la Tierra Negra

Carlos Gardini


Se Alquila un Planeta


Jowe decía que toda la galaxia estaba sumida en una guerra cruel. Como todas las guerras, con ofensivas y contraatques, con movimientos de diversión y retiradas tácticas. Pero una guerra comercial; por nuevas tecnologías, por mercados, por clientes, por mano de obra barata.

Desde el principio, la humanidad había sidouna perdedora en aquel conflicto. Y como tal, fue condenada a ser cliente y nunca rival, ni si quiera en potencia. La Tierra apenas producía alimentos, ropas y medicinas para abastecer a una cuarta parte de su población. Y lo que fabricaba erande tan baja calidad que no competía ni con los peores y mas baratos productos de las tecnocracias xenoides. La producción terraquea tenía un caracter y un destino casi exclusivamente folklórico-turístico.

"Por conveniencia comercial han convertido a la Tierra en un mundo-souvenir", recordó Buca otra frase de Jowe.


Se Alquila un Planeta

Yoss


lunes, 25 de octubre de 2010

El Nombre del Viento


—¿Qué tengo que hacer —pregunté— para estudiar nominación con usted?

Elodin me miró con gesto sereno, como valorándome.

—Saltar —dijo—. Saltar de este tejado.

Entonces fue cuando comprendí que todo aquello había sido una prueba. Elodin me había estado midiendo desde que nos habíamos visto por primera vez. Sentía, a su pesar, respeto por mi tenacidad, y le había sorprendido que hubiera notado algo raro en la atmósfera de su habitación. Estaba a punto de aceptarme como pupilo.

Pero necesitaba más: necesitaba una prueba de mi entrega. Una demostración. Un acto de fe.
Y mientras estaba allí de pie, me vino a la mente un fragmento de la historia: «Táborlin se precipitó, pero no perdió la esperanza. Porque conocía el nombre del viento, y el viento le obedeció. Le habló al viento, y este lo meció y lo acarició. Lo bajó hasta el sue lo suavemente, como si fuera un vilano de cardo, y lo posó de pie con la dulzura del beso de una madre».

Elodin sabía el nombre del viento.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, salté del borde del tejado.

La expresión de Elodin era maravillosa. Nunca he visto a un hombre tan asombrado. Al caer, giré un poco sobre mí mismo, y Elodin permaneció en mi campo de visión. Le vi levantar un poco una mano, como si hiciera un tardío intento de sujetarme.

Me sentí ingrávido, como si flotara.

Y entonces caí contra el suelo. No suavemente, como se posa una pluma, sino con dureza. Como un ladrillo al golpear los adoquines de una calle. Aterricé de espaldas, con el brazo izquierdo debajo del cuerpo. Al dar mi cabeza contra el suelo, lo vi todo negro y me quedé sin aire en los pulmones.

No perdí el conocimiento. Me quedé allí tendido, sin poder respirar ni moverme. Recuerdo que pensé, convencido, que estaba muerto. Que estaba ciego.

Al final recobré la visión, y me puse a parpadear contra la repentina claridad del cielo azul. Me dolía mucho un hombro y notaba el sabor de la sangre en la boca. No podía respirar. Intenté rodar sobre mí mismo para liberar el brazo, pero mi cuerpo no me obedecía. Me había roto el cuello... la espalda...

Al cabo de unos largos y aterradores momentos, conseguí dar una bocanada, y luego otra. Exhalé un suspiro de alivio y comprendí que al menos tenía una costilla rota, además de todo lo demás; pero moví un poco los dedos de las manos, y luego los de los pies. Funcionaban. No me había partido la columna vertebral.

Mientras yo estaba allí tendido, calibrando mi suerte y las costillas que tenía rotas, Elodin apareció en mi campo de visión.

Me miró y dijo:

—Felicidades. Esa ha sido la cosa más estúpida que he visto jamás. —Su expresión era una mezcla de admiración e incredulidad—. Jamás.

El Nombre del Viento

Patrick Pothfuss

Encantamiento

- ¿Sabes en qué estaba pensando? - preguntó Piotr - Se puso tan excitada cuando soltaba aquella chorrada antihistórica y fuera de contexto que me puse a pensar "que tonto debe ser su profesor". Y, al pensar en su profesor, me di cuenta de que la excitación que mostraba mientras repetía como una cotorra lo que había aprendido en la universidad era como la que muestran mis propios alumnos, y me pasó por la cabeza que lo que los profesores creemos que es un "alumno brillante" no es sino uno que se ha convertido con entusiasmo a las esupideces que le hemos venido enseñando.

- El autoaprendizaje es algo que duele - dijo Esther - Darte cuenta de que, después de todo, tus alumnos son como loros.

- ¡Ah! Pero los que se llenan la cabeza con mis ideas y después las van soltando a voluntad por lo menos dicen cosas inteligentes, en especial si son mías.

- En especial si son tuyas...


Encantamiento

Orson Scott Card

miércoles, 13 de octubre de 2010

Wyrms


- No me encuentro entre los sabios - dijo Paciencia - Puede que ellos comprendieran la causa de todo, pero yo no.

- Pero si es justamente de ahí de donde viene el anhelo y el hambre. Cada retazo de experiencia que recordamos es como una historia para nosotros... una serie de acontecimientos que se encuentran conectados por los tirones y los empujones de la causa. Y creemos en esa historia de que todo se encuentra conectado casualmente sin dudar de ello, sin ponerlo a prueba. Hice esto porque. Hice esto para que. Y este es el mundo en el que vivimos. Eso se convierte en el marco por el cual lo recordamos todo. Pero algunas cosas no encajan.

- No solo algunas cosas.

- Dama Paciencia, las mentes débiles nunca se dan cuenta de ello. Para esas mentes todo encaja, porque, sencillamente, no recuerdan las cosas que estan fuera de lugar. Nunca sucedieron, el recuerdo ha desaparecido. Pero para aquellos que viven en la mente los lugares que no encajan no desaparecen. Se convierten en un terrible apetito que mora en ellos. ¿Por qué?, gritan. Por qué, por qué, por qué. Y no puedes quedarte satisfecho hasta no conoces la conexión, incluso si ello quiere decir que debes hacer pedazos todo el sistema que existía antes. Hubo una vez un tiempo durante el cual la humanidad estaba encerrada en un solo planeta y pensaban que su estrella daba vueltas alrededor de ese planeta, porque eso era cuantoveían, esa era la prueba que les daban sus ojos. Pero hubo algunos que supieron mirar con mas atención y vieron que eso no encajaba, y el por qué les acosó hasta que tuvieron una respuesta. Y cuando todo encajó. fueron capaces de mandar naves estelares a mundos como este.

- Todos los niños se interrogan sobre el por qué - dijo Pacincia.

- Pero la mayor parte de ellos dejan de hacerlo con el tiempo - dijo Voluntad.


Wyrms

Orson Scott Card


viernes, 24 de septiembre de 2010

Arrugas


Arrugas
Paco Roca

jueves, 23 de septiembre de 2010

La Cosa Perdida




La Cosa Perdida
Shaun Tan

De muerto en peor


Miré en el interior del vehículo y lo encontré vacío. El único recordatorio de lo que acababa de pasar era una mancha de sangre en el asiento de Eric. Cogí un pañuelo de papel de mi bolso, escupí y froté la sangre; una solución poco elegante, pero práctica.

De pronto, percibí a Eric a mi lado y me vi obligada a sofocar un grito. Seguía excitado por el ataque inesperado y me clavó contra el costado del coche, sujetando mi cabeza en el ángulo adecuado para darme un beso. Sentí una oleada de deseo y a punto estuve de decir: "¡Que demonios! Tómame aquí mismo, vikingo". No era únicamente el vínculo de sangre lo que me inclinaba a aceptar su explícita oferta, sino mi recuerdo de lo maravilloso que era Eric en la cama...

De muerto en peor
Saga de los vampiros sureños #8
Charlaine Harris


Los Ojos del Gato









Los ojos del Gato
Alejandro Jodorowsky
Jean Giraud "Moebius"

jueves, 12 de agosto de 2010

Historias de cronopios y famas

M. C. Escher


INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón.
Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera,
ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimiento hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.


Historias de cronopopios y famas
Julio Cortázar


Frankenstein


- " ...Estoy solo, y soy miserable; el hombre no quiere asociarse conmigo; pero no me negará ese vínculo un ser que fuese tan deforme y horrible como yo mismo. Este compañero ha de ser de la misma especie, y tener los mismos defectos, y tú debes crearlo.”

El ser dejó de hablar, y fijó sus ojos en mí, ansioso de una respuesta. Pero yo me sentía desconcertado, perplejo e incapaz de organizar mis ideas en la medida necesaria para comprender la verdadera trascendencia de su propuesta.
Continuó hablando:

- “Debes crear una mujer para mí, una persona con la cual pueda vivir intercambiando las simpatías necesarias para mi ser. Sólo tú puedes hacerlo; y te lo reclamo como un derecho que no puedes rehusarme.”


Frankenstein
Mary Shelley

miércoles, 11 de agosto de 2010

La Costa más Lejana



- ¿Te das cuenta, Arren, de que un acto no es, como creen lo jovenes, lo mismo que una piedra que levantas del suelo y arrojas lejos, que da en el blanco o yerra, y nada mas? Cuando levantas la piedra, la tierra se aligera y la mano que la sostiene es mas pesada. Cuando la arrojas, influye en los circuitos de los astros, y allí donde golpea o cae, el universo cambia. De un acto cualquiera depende el Equilibrio del todo. Los vientos y los mares, los poderes del agua y de la tierra y de la luz: todo cuanto ellos hacen y todo cuanto hacen las plantas y las bestias hacen, bien hecho está, y es para bien. Todos actúan dentro del equilibrio. Desde el huracan y el mugido de la ballena hasta la caida de una hoja seca y el vuelo del moscardón, todo cuanto ellos hacen es parte del equilibrio del todo. Pero nosotros, los que tenemos poder sobre el mundo y sobre otros hombres, nosotros hemos de aprender a hacer lo que la hoja y la ballena y el viento hacen por naturaleza. Hemos de aprender a mantener el Equilibrio. Somos inteligentes, y no hemos de actuar en laignorancia. Somos capaces de elegir, y no hemos de actuar sin responsabilidad. ¿Quien soy yo, aunque pueda hacerlo, para castigar y recomprensar, para jugar con el destino de los hombres?

La Costa más Lejana
Historias de Terramar

Ursula K Le Guin



Déjame entrar



Eli apretó los labios, se concentró un segundo y dio luego una zancada hacia delante, por encima del umbral. Oskar tenía todo el cuerpo en tensión, esperaba algún rayo azul, que la puerta se girara, pasara a través de Eli y se cerrara de nuevo, o algo parecido. Pero no ocurrió nada. Eli entró y cerró la puerta después. Oskar se encogió de hombros.

- ¿Eso era todo?

- No exactamente.

Eli se quedó igual que estaba al otro lado de la puerta. Parada con los brazos a lo largo del cuerpo y con los ojos fijos en Oskar. Oskar meneó la cabeza.

- ¿Qué pasa? Ya esta...

Oskar se interrumpió cuando asomó una lágrima en uno de los lagrimales de Eli; no, una en cada lagrimal. Aunque no parecía una lágrima, porque era de color oscuro. La piel de la cara de Eli empezó a enrojecer, se puso de color rosa, rojo claro, rojo oscuro y sus puños se cerraron al tiempo que los poros de la cara se abrían y pequeñas perlas de sangre empezaban a aparecer como lunares en todo el rostro. Lo mismo que el cuello.
Los labios de Eli se retorcieron de dolor y una gota de sangre asomó por una de las comisuras y se fundió con las perlas de la cara, que se hacían cada vez más grandes al llegar a la barbilla y se deslizaban hacia abajo para juntarse con las gotas del cuello.
Oskar se quedó sin fuerza en los brazos; los dejó caer y el disco se salió de su funda, rebotó de canto en el suelo una vez y luego se estampó plano sobre la alfombra de la entrada. Su mirada se deslizó hacia las manos de Eli.
Tenía el dorso de las manos cubierto por una fina película de sangre, y salía mas.
Volvió a mirar a Eli a los ojos, no la encontró. Parecía como si los ojos se hubieran hundido en las cuencas: estaban llenos de sangre que los inundaba, corría a lo largo de la nariz y, cruzando los labios, entraba en la boca, de donde manaba mas sangre; dos hilillos le corrían desde las comisuras de la boca hasta el cuello, desapareciendo en la tirilla de su jersey, donde ahora empezaban a aparecer manchas mas oscuras.
Sangraba por todos los poros de su cuerpo.
Oskar lanzó un resuello, gritó:

- ¡Puedes entrar, tú puedes... eres bienvenida, tu puedes... tú puedes estar aquí!


Déjame entrar
John Ajvide Lindqvist