Aturdido, vi que se volvía y levantaba cariñosamente sus manos para acariciar mi pelo y mi cara. El alivio se derramó por todo mi cuerpo. Pero el crudo sufrimiento del lugar era demasiado intenso para que el alivio tuviese mucha importancia. Así pues, ella no me había destruido; me había llevado al infierno. ¿Con qué propósito?
Alrededor de mí, todo era miseria, desesperación. ¿Qué cosa o acto podría anular el sufrimiento de todas aquellas miserables gentes?
—Mi pobre guerrero —dijo con los ojos llenos de lágrimas ensangrentadas—. ¿No sabes dónde estamos?
No respondí.
Habló despacio, cerca de mi oído:
—¿Quieres que te recite los nombres como un poema? —interrogó—. Calcuta, si lo deseas, o Etiopía; o las calles de Bombay; esas pobres almas podrían ser campesinos de Sri Lanka; o del Pakistán; o de Nicaragua o de El Salvador. No importa lo que es; lo que importa es cuánto hay; lo que importa es que, por todas partes, alrededor de los oasis de vuestras rutilantes ciudades occidentales, existe; ¡es tres cuartas partes del mundo! Abre los oídos, querido; escucha sus plegarias; escucha el silencio de los que han aprendido a rezar para nada. Porque nada ha sido siempre su parte, sea cual sea el nombre de su nación, de su ciudad, de su tribu.
Juntos salimos a las calles embarradas; pasamos por delante de montones de excrementos y putrefactos charcos, los perros famélicos nos salían al encuentro y las ratas cruzaban disparadas ante nuestro paso. Llegamos a las ruinas de un antiguo palacio. Los reptiles se deslizaban por entre las piedras. Enjambres de mosquitos llenaban la oscuridad. Piltrafas de hombres yacían en una larga hilera junto a las aguas de un arroyo pestilente. Más allá, en la ciénaga, cadáveres henchidos, podridos, olvidados.
A los lejos, por la carretera, pasaban los camiones, enviando sus ronquidos a través del sofocante calor como si fueran truenos. La miseria del lugar era como un gas letal, que me envenenaba mientras permanecía allí. Aquel era el confín mísero del jardín salvaje del mundo, el rincón en donde la esperanza no podía florecer. Aquello era un pozo negro.
—Pero ¿qué podemos hacer? —pregunté en un susurro—. ¿Por qué hemos venido aquí? —De nuevo su belleza me distrajo; la mirada de compasión que súbitamente la afectó me provocó ganas de llorar.
—Podemos reformar el mundo —dijo—, tal como te expliqué. Podemos hacer que los mitos sean reales; y vendrá el tiempo en que esto será un mito, en que los humanos no conocerán una tal degradación. Nos encargaremos de ello, mi amor.
—Pero son ellos quienes tienen que resolverlo, ¿no? No es solamente su obligación, es su derecho. ¿Cómo podemos ayudarlos en algo así? ¿Cómo puede nuestra intervención no conducir a la catástrofe?
La Reina de los Condenados
Crónicas Vampíricas #3
Anne Rice
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Anne Rice
4 comentarios:
Continuando con el ciclo de libros apuñalados por películas... aunque bueno, la peli se parece al libro en el título y nada mas... :P
Akasha habría salvado al mundo! ><
con quien habla? con Lestat supongo... nunca llegué a leerme este libro, no soporto a Akasha... es algo superior a mi!!!
Y no te gusta este cachito? Si quieres te mando otros... y asi al final consigo que te lo leas! ><
Con lo maja que es Aksha... ^^
el caxito si que molaa.. pero es ella la que no soportoo!!! si es que es una creida y se cree una diva... y es una perra y una guarrilla, y no la soporto =(
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