lunes, 30 de noviembre de 2009

El Joven Lovecraft






El joven Lovecraft

José Oliver (Guión)
Bartolo Torres (Ilustración)

El Fantasma de la Ópera

-¿Qué? ¿Te doy miedo? ¿Es posible?... Crees quizá que llevo aún una máscara, ¿no? ¿Y que esto... esto, mi cabeza, es una máscara? Pues bien, ¡arráncala como la otra! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Otra vez! ¡Quiero que lo hagas! ¡Tus manos ¡Tus manos... Dame tus manos... Si no te bastan, te prestaré las mías... y entre los dos arrancaremos la máscara.

»Me arrojé a sus pies, pero él me cogió las manos, Raoul, y las hundió en el horror de su cara... Con mis uñas se arrancó la carne, su horrible carne muerta.

»-¡Mira, mira! -exclamaba desde el fondo de su garganta que bramaba como una fragua-... ¡Entérate de una vez de que estoy hecho con materia de muerte!... ¡De la cabeza a los pies!... ¡Y que es un cadáver el que te ama, te adora y no te dejará nunca, nunca!.. Haré ensanchar el ataúd, Christine, para más tarde, cuando hayamos acabado nuestros amores... ¿Ves?, ya no río, lloro..., lloro por ti que me has arrancado la máscara y que por ella no podrás abandonarme jamás!... Mientras podías creerme hermoso, Christine, podías volver... Sé que hubieras vuelto..., pero ahora que conoces mi monstruosidad huirás para siempre... ¡¡¡No te soltaré!!! ¿Por qué has querido verme? ¡Insensata, loca Christine, por qué has querido verme!... Si mi padre no me ha visto jamás y mi madre, para no verme, me regaló llorando mi primera máscara!

El Fantasma de la Ópera
Gaston Lerroux

domingo, 29 de noviembre de 2009

El Señor de las Moscas

The Lord of the Flies (1963)
Peter Brook

- Eres un niño tonto - dijo el Señor de las Moscas -. No eres más que un niño tonto e ignorante.
Simón movió su lengua hinchada, pero nada dijo.
- ¿No estás de acuerdo? - dijo el Señor de las Moscas -. ¿No es verdad que eres un niño tonto? Simón le respondió con la misma voz silenciosa.
- Bien - dijo el Señor de las Moscas -, entonces, ¿por qué no te vas a jugar con los demás? Creen que estás chiflado. Tu no quieres que Ralph piense eso de tí, ¿verdad? Quieres mucho a Ralph, ¿no es cierto? Y a Piggy y a Jack.
Simon tenía la cabeza ligeramente alzada. Sus ojos no podían apartarse: frente a él, en el espacio, pendía el Señor de las Moscas.
- ¿Qué haces aquí solo? ¿No te doy miedo?
Simón tembló.
- No hay nadie que te pueda ayudar. Solamente yo. Y yo soy la Fiera.
Los labios de Simón, con esfuerzo, lograron pronunciar palabras perceptibles.
- Cabeza de cerdo en un palo.
- ¡Qué ilusión, pensar que la Fiera era algo que se podía cazar, matar! - dijo la cabeza.
Durante unos momentos, el bosque y todos los demás lugares apenas discernibles resonaron con la parodia de una risa -. Tú lo sabías, ¿verdad? ¿Que soy parte de ti? ¡Caliente, caliente, caliente! ¿Que soy la causa de que todo salga mal? ¿De que las cosas sean como son? La risa trepidó de nuevo.
- Vamos - dijo el Señor de las Moscas -, vuelve con los demás y olvidaremos lo ocurrido.
La cabeza de Simón oscilaba. Sus ojos entreabiertos parecían imitar a aquella cosa sucia clavada en una estaca. Sabía que iba a tener una de sus crisis. El Señor de las Moscas se iba hinchando como un globo.
- Esto es absurdo. Sabes muy bien que sólo me encontrarás allá abajo, así que, ¡no intentes escapar!
El cuerpo de Simón estaba rígido y arqueado. El Señor de las Moscas habló con la voz de un director de colegio.
- Esto pasa de la raya, jovencito. Estás equivocado, ¿o es que crees saber más que yo?
Hubo una pausa.
- Te lo advierto. Vas a lograr que me enfade. ¿No lo entiendes? Nadie te necesita. ¿Entiendes? Nos vamos a divertir en esta isla. ¿Entiendes? ¡Nos vamos a divertir en esta isla! Así que no lo intentes, jovencito, o si no...

El Señor de las Moscas
William Golding

La Melancólica Muerte de Chico Ostra



Sue

To avoid a lawsuite,
we´ll just call her Sue
(or "that girl who likes
to sniff loes of glue")

The reason I know
that this is the case
is when she blows her nose.

Kleenex sticks to her face.


La Melancólica Muerte de Chico Ostra
Tim Burton


sábado, 28 de noviembre de 2009

Vidas Breves





Vidas breves
The Sandman # 7
Neil Gaiman (Guión)
Jill Thomson (Dibujos)

Batman: El regreso del Señor de la Noche




Batman: El regreso del Señor de la Noche
Frank Miller (Guión y dibujos)

viernes, 27 de noviembre de 2009

The Raven (El Cuervo)

Back into the chamber turning, all my soul within me burning,
Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
Soon again I heard a tapping somewhat louder than before.
pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
`Surely,' said I, `surely that is something at my window lattice;
"Esta vez quien sea que llama ha llamado a mi ventana;
Let me see then, what thereat is, and this mystery explore -
veré pues de qué se trata, que misterio habrá detrás.
Let my heart be still a moment and this mystery explore; -
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
'Tis the wind and nothing more!'
¡Es el viento y nada más!".

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
In there stepped a stately raven of the saintly days of yore.
agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he;
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door -
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door -
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
Perched, and sat, and nothing more.
fue, posóse y nada más.

Then this ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
`Though thy crest be shorn and shaven, thou,' I said, `art sure no craven.
"Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser
Ghastly grim and ancient raven wandering from the nightly shore -
osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
Tell me what thy lordly name is on the Night's Plutonian shore!'
¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Quoth the raven, `Nevermore.'
Dijo el cuervo: "Nunca más".

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Que una ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
Though its answer little meaning - little relevancy bore;
sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,
For we cannot help agreeing that no living human being
pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door -
ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Bird or beast above the sculptured bust above his chamber door,
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
With such name as `Nevermore.'
que se llamara "Nunca más".

The Raven
El Cuervo
E. A. Poe

Yo, robot

Las 3 leyes de la Robótica

1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Manual de Robótica. 56ª edición, año 2058


Yo, robot
Isaac Asimov

jueves, 26 de noviembre de 2009

Carmina Burana


O Fortuna


O Fortuna, ¡Oh, Fortuna,

velut Luna como la luna,

statu variabilis, de condición variable,

semper crescis siempre creces

aut decrescis; o decreces!

vita detestabilis La detestable vida

nunc obdurat primero embota

et tunc curat y después estimula,

ludo mentis aciem, como juego, la agudeza de la mente.

egestatem, La pobreza y

potestatem el poder

dissolvit ut glaciem. Los disuelve como al hielo.

Sors immanis Suerte cruel

et inanis, e inútil,

rota tu volubilis, tú eres una rueda voluble

status malus, de mala condición;

vana salus vana salud,

semper dissolubilis, siempre disoluble,

obumbrata cubierta de sombras

et velata y velada

michi quoque niteris; brillas también para mí;

nunc per ludum llevo la espalda desnuda.

dorsum nudum ahora, por el juego

fero tui sceleris. de tu maldad.

Sors salutis La suerte de la salud

et virtutis y de la virtud

michi nunc contraria, ahora me es contraria;

est affectus los afectos

et defectus y las carencias

semper in angaria. vienen siempre como cosa impuesta.

Hac in hora En esta hora,

sine mora sin demora,

corde pulsum tangite; impulsad los latidos del corazón,

quod per sortem el cual, por azar,

sternit fortem, hace caer al fuerte;

mecum omnes plangite! ¡llorad todos conmigo!


Carmina Burana

colección de cantos goliardicos de los siglos XII y XIII

Honorata, la tatarabuela



Honorata, La Tatarabuela
La Casta de los Metabarones #2
Jodorowsky (Guión)
Giménez (Ilustraciones)

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Señora de Rojo Sobre Fondo Gris


Señora de rojo sobre fondo gris
óleo de Eduardo García Benito
retrata a Ángeles de Castro, esposa de Delibes


¿Ha recobrado el conocimiento? Ovidio se encogía: Todavía no. Hay que esperar. ¿Cuánto había que esperar? Alguien había difundido la noticia y la gente venía, preguntaba, profería las frases obligadas y volvía a marchar.

Todo estaba minuciosamente calculado. El doctor Calvo era un maestro en el arte de dosificar la información, de tal manera que, cuando se consumó todo, nadie se llamó a engaño; todos lo estábamos esperando. Durante unos días, la habitación 206 fue un velatorio sin muerto (el muerto todavía respiraba arriba, no se sabía cómo, en el piso superior). Primo se presentaba a primera hora de la mañana con sus periódicos bajo el brazo, se sentaba junto a la puerta y los iba hojeando, doblando las páginas ruidosamente. Era un velatorio sin muerto y sin tiempo, por lo que las hojas que Primo iba pasando en períodos regulares constituían una especie de medida, facilitaban una idea de temporalidad. Las noticias iban empeorando con mucha lentitud, ensombreciendo la espera pero dejando siempre abierta la puerta a la esperanza: Ha entrado en coma. ¿Sin recobrar el conocimiento? Ovidio bajaba la cabeza, lo admitía como avergonzado. Para mí, coma y agonía eran una misma cosa y así se lo dije. Él se apresuró a aclarar conceptos: ¡No, por favor! Todos los días hay enfermos que salen del coma. Iba aprendiendo cosas sobre la muerte y la premuerte, sobre lo recuperable y lo irreversible: Las constantes son normales. ¿Quieres subir a verla? No me atreví. No podía imaginarla pasiva, ausente, sin palabras. Ahora deploro no haberlo hecho, no haberla acariciado sus mejillas todavía tibias. Pero no lo hice en su momento y, luego, cada hora se me hacía más difícil. ¿Cómo podía nadie estar con ella si ella no estaba?


Señora de Rojo Sobe Fondo Gris
Miguel Delibes

La Siniestra Susie y otras historias para gente rara.



La Siniestra Susie y otras historias para gente rara.

Angus Oblong


martes, 24 de noviembre de 2009

Alicia en el País de las Maravillas

¿Podría usted indicarme la dirección que debo seguir desde aquí?
-Eso depende -le contestó el Gato -de adónde queras llegar.
-No me importa adónde... -empezó a decir Alicia.
-En ese caso, tampoco importa la dirección que tomes -le dijo el Gato.
-... con tal de llegar a
algún lado -acabó de decir Alicia.
-Eso es fácil de conseguir -le dijo el gato-. ¡No tienes más que seguir andando!
¿Cómo poder negar la lógica aplastante de las palabras del Gato? Alicia trató de cambiar de tercio:
-¿Qué clase de personas viven por aquí?
-Por
ahí -dijo el Gato, señalando con la pata derecha- vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra para- vive una Liebre Marcena. Da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el gato-: aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Y tú tambén.
-¿Y cómo sabe que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario, no estarías aquí.
Alicia no pensó que aquello fuera un argumento concluyente. Pero siguió diciendo:
-¿Cómo podría usted probarme que está loco?
-Empecemos por admitir -le dijo el Gato- que los perros no están locos... ¿Me lo admites?
-Admitido -dijo Alicia.
-Ahora bien -prosiguió el Gato-, los perros gruñen cuando se enfadan y mueven la cola cuando están contentos ¿no es así? ¡Pues
yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando me enfado! ¡Prueba evidente de que estoy loco!
-Yo a eso lo llamo "ronronear"
y no "gruñir" -puntualizó Alicia.
-¡Llámalo como quieras! -replicó el Gato.



Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas
Lewis Carroll

El Ocho

—¡Dios mío! —dijo Mireille, retirando la mano—. ¿Sabes lo que dices? ¡Valentine murió por esto! Arriesgas tu vida por una profecía estúpida...
—No, querida —dijo con tranquilidad Charlotte—. Doy mi vida.

Mireille la miró horrorizada. ¿Cómo podía aceptar semejante ofrecimiento? Volvió a pensar en su hijo... abandonado en el desierto...

—¡No! —exclamó—. No puede haber otro sacrificio a causa de esas temibles piezas. ¡No después del terror que han provocado!
—¿Entonces quieres que muramos las dos? —preguntó Charlotte mientras seguía aflojando las ropas de Mireille, reprimiendo las lágrimas y evitando su mirada.

Mireille cogió la barbilla de Charlotte, levantando su cara hasta que ambas se miraron profundamente a los ojos. Después de una larga pausa, Charlotte dijo con voz temblorosa:

—Tenemos que derrotarlos. Tú eres la única que puede hacerlo. ¿No lo ves ni siquiera ahora? Mireille... ¡tú eres la Reina Negra!

El Ocho
Katherine Neville

lunes, 23 de noviembre de 2009

Drácula

Fotograma de la película
"Bram Stoker´s Dracula"


—Luego, me habló burlonamente: "¡De modo que usted, como los demás, quería enfrentar su inteligencia a la mía! ¡Quería ayudar a esos hombres a aniquilarme y a frustrar mis planes! Ahora ya sabe usted y todos ellos saben en parte y sabrán plenamente antes de que pase mucho tiempo, qué significa cruzarse en mi camino. Debieron guardar sus energías para usarlas más cerca de sus hogares. Mientras hacían planes para enfrentarse a mí... A mí que he dirigido naciones, que he intrigado por ellas y he luchado por ellas, cientos de años antes de que ellos nacieran, yo los estaba saboteando. Y usted, la bienamada de todos ellos, es ahora mía; es carne de mi carne, sangre de mi sangre, familiar de mi familia; mi prensa de vino durante cierto tiempo; y, más adelante, será mi compañera y ayudante. Será usted vengada a su vez, puesto que ninguno de ellos podrá suplir sus necesidades. Pero ahora debo castigarla por lo que ha hecho aliándose a los demás para combatirme. De ahora en adelante acudirá a mi llamado. Cuando mi mente ordene, pensando en usted, cruzará tierras y mares si es preciso para acudir a mi lado y hacer mi voluntad, y para asegurarme de ello, ¡mire lo que hago!" Entonces, se abrió la camisa, y con sus largas y agudas uñas, se abrió una vena en el pecho. Cuando la sangre comenzó a brotar, tomó mis manos en una de las suyas, me las apretó con firmeza y, con su mano libre, me agarró por el cuello y me obligó a apoyar mi boca contra su herida, de tal modo que o bien me ahogaba o estaba obligada a tragar...


Drácula
Bram Stoker

La Princesa Prometida

—¿Es que no entiendes nada de lo que está pasando?
Buttercup meneó la cabeza.
Westley también sacudió la cabeza y le dijo:
—Supongo que nunca has sido la más brillante.
—¿Me amas, Westley? ¿Es eso?
No podía dar crédito a sus oídos.
—¿Que si te amo? Dios mío, si tu amor fuera un grano de arena,
el mío sería un universo de playas. Si tu amor fuera…
—Oye, la primera no la he entendido bien —lo interrumpió Buttercup. Comenzaba a entusiasmarse—. Vamos a ver si me aclaro. ¿Estás diciendo que mi amor es del tamaño de un grano de arena y que el tuyo es esa otra cosa? Es que las imágenes me confunden tanto que... ¿Es tu universo de no sé qué más grande que mi arena? Ayúdame, Westley. Tengo la impresión de que estamos al borde de algo tremendamente importante.
—Durante todos estos años he permanecido en mi choza por ti. He aprendido idiomas por ti. He fortalecido mi cuerpo porque creí que podría halagarte un cuerpo fuerte. He vivido toda la vida rogando por que llegase el día en que te fijaras en mí. En estos años, cada vez que posaba en ti mis ojos, el corazón me latía desbocado en el pecho. No ha pasado ni una sola noche sin que me durmiera viendo tu rostro. No ha pasado ni una sola mañana sin que tu imagen aleteara tras mis párpados al despertar... ¿Has logrado entender algo de lo que acabo de decirte, Buttercup, o prefieres que siga?
—No pares nunca.
—No ha pasado…
—Westley, si me estás tomando el pelo, te mataré.
—¿Cómo puedes soñar siquiera que te esté tomando el pelo?
—Es que no me has dicho que me quieres ni una sola vez.
—¿Es todo lo que necesitas? Sencillo. Te quiero. ¿De acuerdo? ¿Quieres que te lo diga en voz más alta? Te quiero. ¿Quieres que te lo deletree? T, e, q, u, i, e, r, o. ¿Quieres que te lo diga al revés? Quiérote.
—Ahora sí me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—Puede que un poco; hace mucho tiempo que te lo digo, pero tú no querías escucharme. Cada vez que tú me decías: «Muchacho, haz esto», te parecía que yo te contestaba: «Como desees», pero era porque no me oías bien. «Te quiero» era lo que en realidad te decía, pero tú nunca me escuchaste, jamás.
—Te oigo ahora y te prometo una cosa: nunca amaré a otro. Sólo a Westley. Hasta que muera.
Él asintió y dio un paso atrás.
—Pronto enviaré a alguien a buscarte. Créeme.
—¿Mentiría acaso mi Westley?
Retrocedió otro paso.
—Se me hace tarde. Debo marcharme, es preciso. El barco no tardará en zarpar y Londres está lejos.
—Entiendo.
Westley tendió la mano derecha. A Buttercup le costaba respirar.
—Adiós.
Ella logró levantar la mano derecha hacia la de él. Se estrecharon las manos.
—Adiós —repitió él.
Ella asintió levemente.
Él retrocedió otro paso sin volverse. Ella lo observó.
Él se volvió.
Las palabras le salieron de un tirón:
—¿Te marchas sin un solo beso?

La Princesa Prometida
William Goldman

domingo, 22 de noviembre de 2009

El Oscuro Parajero

De cerca podía ver que en realidad no era yo; para nada, y sentí una oleada de gratitud al comprobarlo. Hurra, yo era otro. Todavía no estaba completamente loco. Era gravemente antisocial, sin duda, y esporádicamente homicida, correcto. Pero no estaba loco. Este otro ser existía, y no era yo. Tres hurras por el cerebro de Dexter.

Pero se me parecía mucho. Quizás unos tres o cuatro centímetros más alto, y más ancho de hombros y pecho, como si hubiera estado haciendo pesas recientemente. Eso, combinado con la palidez de su cara, me hizo pensar que tal vez hubiera estado en la cárcel en fecha no muy lejana. Tras la palidez, sin embargo, su cara era muy parecida a la mía: la misma nariz, las mismas mejillas; la misma mirada en los ojos, indicando que las luces quizás estuvieran encendidas, pero que no había nadie dentro. Incluso el pelo tenía algo en común con el mío. No podía decirse que fuéramos idénticos, pero sí muy parecidos.

-Sí -dijo él-. La primera vez resulta toda una impresión, ¿verdad?

-Un poco -dije-. ¿Quién eres? ¿Y por qué está todo tan...? -Dejé la frase en el aire, porqué no sabía cómo seguir.

Hizo una mueca, una mueca de decepción muy propia de Dexter.

-Vaya. Estaba seguro de que lo habías adivinado.

Negué con la cabeza.

-Ni siquiera sé cómo llegué hasta aquí.

Sonrió con dulcura.

-¿El otro conducía esta noche? -Mientras sentía cómo un escalofrío me recorría la nuca, él emitió una risita, un sonido mecánico que no merecía mención de no ser porque la voz de lagarto que salía del fondo de mi derebro la repitió, idéntica, nota por nota-. Y eso que hoy no hay luna llena...

-Bueno, tampoco hay luna vacía -dije. No puede definirse como una réplica ingeniosa, pero al menos era un intento, y en esas circunstancias ya era algo. Me di cuenta de que me invadía una sensación de ebriedad al ser consciente de que por fin tenía ante mí a alguien que lo sabía. No hacía comentarios a lo tonto que por casualidad daban en el blanco. Mi blanco era también el suyo. Lo sabía. Por primera vez podía mirar al espacio que separaba mis ojos de los de otra persona y decir sin preocupación alguna: Es como yo.

Fuera lo que fuera yo, él lo era también.

-En serio -dije-. ¿Quién eres?

Su cara compuso una sonrisa propia de Dexter-el-Gato-de-Cheshire, pero cómo se parecía tanto a la mía, percibí que no había en ella felicidad real.

-¿Qué recuerdas de antes? -dijo él. Y el eco de esa pregunta rebotó en las paredes del contenedor y casi me hizo estallar el cerebro.


-¿Qué recuerdad de antes? -me había preguntado Harry.

Nada, papá...

Excepto...

(...)

-¿Sangre...? -susurré.

-Te acuerdas -dijo él a mi espalda-. Me alegro tanto.


Dexter
El oscuro pasajero
Jeff Lindsay

FullMetal Alchemist







FullMetal Alchemist #13
Hiromu Arakawa

sábado, 21 de noviembre de 2009

Luz en las Tinieblas


Para muchos es una simple ecuación: yo soy drow, y los drows son perversos, así que soy perverso.

Se equivocan. ¿Qué es un ser racional sino una elección? Y no puede haber mal ni bien sin intención. Es cierto que en los Reinos existen razas y culturas, sobre todo las goblinoides, que muestran una inclinación hacia el mal, en tanto que otras, como la de los elfos de la superficie, tienden hacia el concepto del bien. Pero incluso entre éstas, a las que muchos consideran personificaciones de un absoluto, son los actos e intenciones individuales los que, a fin de cuentas, deciden. Conocía un goblin que no era malo; yo soy un drow que no ha sucumbido a los modos de su cultura. Con todo, son pocos los drows y los goblins que pueden afirmar tal cosa, así que las generalidades se imponen.

De todas las razas, la más curiosa y diversa es la de los humanos. Aquí la ecuación y las expectativas se entremezclan más que en ninguna otra. Aquí la percepción es la soberana suprema. Aquí la intención está oculta a menudo, es secreta. Ninguna raza es más experta que la humana en tejer una máscara de justificación. Ninguna es más experta en discurrir excusas, en proclamar buena intención al final. Y ninguna otra raza es más experta en creer sus propias afirmaciones. ¿Cuántas guerras se han sostenido, hombres contra hombres, defendiendo ambos bandos que dios, un dios bondadoso, estaba de su lado y en sus corazones?


Luz en las Tinieblas
Volumen III de El elfo oscuro II
R. A. Salvatore

La Naranja Mecánica

Malcolm McDowell como Alex
en La Naranja Mecánica
de Stanley Kubrick

... llega un momento en que la violencia se convierte en algo juvenil y aburrido. Pero en cierto modo ser joven es como ser un animal. No, no es tanto ser un animal sino uno de esos muñecos malencos que venden en las calles, pequeños chelovecos de hojalata con un resorte dentro y una llave para darles cuerda fuera, y les das cuerda grrr grrr grrr y ellos itean como si caminaran, oh hermanos míos. Pero itean en línea recta y tropiezan contra las cosas bang bang y no pueden evitar hacer lo que hacen. Ser joven es ser como una de esas maquinas mecánicas.

Cuando tuviera un hijo se lo explicaría todo en cuanto fuera lo suficiente starrio para comprenderlo, y haría todas las vesches que yo había hecho, sí quizás incluso mataría a alguna pobre starria forella entre cotos y coschacas mullantes, y yo no podría detenerlo. Ni tampoco el podría detener a su hijo, hermanos. Y así itearía todo hasta el fin del mundo, una vez y otra vez y otra vez, como si un boliche gigante cheleveco, o el mismísimo viejo Bogo hiciera girar y girar y girar una vonoa y grasña naranja entre las rucas gigantescas.

La Naranja Mecánica
Anthony Burgess

viernes, 20 de noviembre de 2009

El Perfume: historia de un asesino

Detalle del cuadro Júpiter y Antíope
de Antoine Watteau
utlizado como portada para el libro.


Vivía encerrado en sí mismo como en una cápsula y esperaba mejores tiempos. Sus excrementos eran todo lo que daba al mundo; ni una sonrisa, ni un grito, ni un destello en su mirada, ni siquiera su propio olor. Cualquier otra mujer habría echado de su casa a este niño monstruoso. No así madame Gaillard. No podía oler la falta de olor del niño y no esperaba ninguna emoción de él porque su propia alma estaba sellada.

En cambio, los otros niños intuyeron en seguida que Grenouille era distino. El nuevo les infundió miedo desde el primer día; evitaron la caja donde estaba acostado y se acercaron mucho a sus compañeros de cama, como si hiciera más frío en la habitación. Los más pequeños gritaron muchas veces durante la noche, como si una corriente de aire cruzara el dormitorio. Otros soñaron que algo les quitaba el aliento. Un día los mayores se unieron para ahogarlo y le cubrieron la cara con trapos, mantas y paja y pusieron encima de todo ello unos ladrillos. Cuando madame Gaillard lo desenterró a la manaña siguiente, estaba magullado y azulado, pero no muerto. Lo intentaron varias veces más, en vano. Estrangularlo con las porpias manos o taponarle la boca o nariz habría sido un método más seguro, pero no se atrevieron. No querían tocarlo; les inspiraba el mismo asco que una araña gorda a la que no se quiere aplastar con la mano.

Cuando creció un poco, abandonaron los intentos de asesinarlo. Se habían convencido de que era indestructible. En lugar de esto, le rehuían, corrían para apartarse de él y en todo momento evitaban cualquier contacto. No lo odiaban, ni tampoco estaban celosos de él o ávidos de su comida. En casa de madame Gaillard no existía el menor motivo para estos sentimientos. Les molestaba su presencia, simplemente. No podían percibir su olor. Le tenían miedo.


El Perfume: historia de un asesino
Patrick Süskind



El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Cartel de la primera adaptación
para teatro estrenada en 1887


- Bien; no veo ningún inconveniente: se llamaba Hyde.

Mister Utterson carraspeó:
—¿Y qué aspecto tenía?

—No es fácil describirlo. Hay no sé qué en su aspecto que no es normal; algo desagradable, francamente detestable. Jamás he visto a nadie que me inspirase tal repulsión y, sin embargo, apenas sé por qué. Debe tener alguna deformidad; da una impresión de cosa contrahecha, aunque no puedo especificar en qué consiste. Es un hombre de aspecto extraordinario y, a pesar de eso, no puedo decir que tenga nada que se salga de lo corriente. No, señor, no acierto a describirlo. Y no es por falta de memoria, porque parece que lo estoy viendo.


El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Robert Louis Stevenson



jueves, 19 de noviembre de 2009

Proverbios y cantares

Fotografía
Marina Díaz López de la Llave


XXIX

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.

Proverbios y cantares
Antonio Machado

Entrevista con el Vampiro

Fotograma de la película
"Entrevista con el Vampiro"
de Neil Jordan.


- Ya veo... —dijo el vampiro, pensativo, y lentamente cruzó la habitación hacia la ventana.


Durante largo rato, se quedó allí contra la luz mortecina de la calle Divisadero y los focos intermitentes del tránsito. El muchacho pudo ver entonces los muebles del cuarto con mayor claridad: la mesa redonda de roble, las sillas. Una palangana colgaba de una pared con un espejo. Puso su portafolio en la mesa y esperó.

—Pero, ¿cuánta cinta tienes aquí? —preguntó el vampiro y se dio la vuelta para que el
muchacho pudiera verle el perfil—. ¿Suficiente para la historia de una vida?

—Desde luego, si es una buena vida. A veces entrevisto hasta tres o cuatro personas en
una noche si tengo suerte. Pero tiene que ser una buena historia. Eso es justo, ¿no le parece?

—Sumamente justo —contestó el vampiro—. Me gustaría contarte la historia de mi vida. Me gustaría mucho.

Entrevista con el Vampiro
Anne Rice

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Lenore 3






Lenore #3
Roman Dirge

El Silencio de los Corderos

-Doctor Lecter. -Su propia voz le sonó muy aceptable.

Él alzó la vista de la lectura. Durante un exagerado segundo Clarice tuvo la impresión de que la mirada del recluso zumbaba, pero no era más que su sangre lo que oía.

-Me llamo Clarice Starling. ¿Puedo hablar con usted? -La distancia y el tono de su voz implicaban cortesía.

Con un dedo apoyado sobre los labios fruncidos, el doctor Lecter reflexionó. Al cabo de un rato, cuando lo juzgó adecuado, se levantó, avanzó con suavidad por su jaula y se detuvo a escasos pasos de la red, cosa que hizo sin mirarla, como si hubiese calculado la distancia.
Clarice observó que era de baja estatura y aspecto pulcro.

-Buenos días -dijo él como si hubiese salido a abrir la puerta. Su cultivada voz poseía una leve aspereza metálica, debida seguramente al desuso.

El Silencio de los Corderos
Thomas Harris

martes, 17 de noviembre de 2009

Corazón de Arlequín



Corazón de Arlequín
Neil Gaiman (guión)
John Bolton (ilustraciones)

30 Días de Noche






30 Días de Noche
Steve Niles: guión

Ben Templesmith: ilustración

lunes, 16 de noviembre de 2009

Muerto hasta el anochecer



-Sookie -dijo Bill, y su tono apremiante me obligó a presentar atención-, Eric me ha pedido que vuelva a llevarte a Shreveport.
Me llevó un par segundos recordar quién era Eric.
-Ah, ¿Eric el vampiro vikingo?
-El vampiro venerable -corrigió Bill.
-¿Quieres decir que te ha ordenado que me lleves? -No me gustaba nada cómo sonaba aquello. Había permanecido sentada al borde de la cama, con Bill detrás, todo este tiempo, pero ahora que me giré para miralo a la cara. Esta vez no hizo nada para impedirlo. Lo observé, detenidamente, encontrando en su expresión algo que jamás había visto-. Tienes que hacerlo -solté, horrorizada. No podía imaginarme a nadie dándole una orden a Bill-. Pero cariño, yo no quiero ver a verlo.
Estaba claro que mi opinión no suponía diferencia alguna.
-Pero ¿quién se supone que es, <> de los vampiros? -pregunté furiosa e incrédula-. ¿Te ha hecho una oferta que no has podido rechazar?
-Es mayor que yo. Y siendo objetivos, bastante más fuerte.
-Nadie es más fuerte que tú -afirmé categórica.
-Ojalá fuera así.
-¿Así que es una especie de Capitán General de la Décima Región Vampírica o algo así?
-Sí, más o menos.
Bill nunca había soltado prenda sobre cómo organizaban los vampiros sus asuntos. Hasta el momento, eso no había supuesto ningún problema para mí.
-¿Qué es lo que quiere? ¿Qué pasa si no voy?
Bill esquivó la primera pregunta.
-Enviará a alguien, a unos cuantos, para buscarte.
-Otros vampiros.
-Sí. -Los ojos de Bill se tornaron opacos. Pude apreciar su brillante iris castaño.
Traté de pensar en ello con detenimiento . No estaba acostumbrada a que me dieran órdenes, ni a no tener ninguna elección. A mi torpe mente le costó varios minutos evaluar la situación.
-Entonces, ¿te sentirías obligado a luchar contra ellos?
-Por supuesto. Eres mía.
Ahí estaba el <> otra vez. Parecía que lo decía en serio. Me dieron ganas de ponerme a protestar, pero sabía que iba a servirme de nada.
-Supongo que no me queda otra -dije, tratando de no sonar cortante-. Pero es un chantaje en toda regla.
-Sookie, los vampiros no son como los humanos. Eric se limira a emplear el mejor medio de conseguir su objetivo, que es llevarte en Shreveport. No ha necesitado explicarme olas posibles consecuencias de negarme, se da todo por sobreentendido.
-Bueno, yo ahora también lo entiendo, pero lo detesto. ¡Estoy entre la espada y la pared! Además, ¿qué quiere de mí? -acudió a mi mente una respuesta obvia, y miré a Bill aterrada-. ¡No, eso sí que no!
-Ni va a acostarse contigo ni a morderte; no sin antes matarme a mí . -El luminoso rostro de Bill perdió todo vestigio de familiaridad para tornarse completamente ajeno.
-Y él lo sabe -aventuré-, así que debe de haber otro motivo para que me quiera en Shreveport.
-Sí -convino Bill-, pero no sé cuál.
-Bueno, si no tiene que ver con mi irresistible presencia o con la rara exquisitez de mi sangre, debe de tratarse de mi... pequeña rareza.
-Tu don.
-Claro -repuse, sarcástica-. Mi precioso don -toda la furia que pensé que ya me había quitado de encima regresó para aplastarme con la fuerza de un gorila macho de unos doscientos kilos, bastante cabreado. Y además estaba muerta de miedo. Me pregunté cómo se sentiría Bill; pero me daba pánico preguntárselo.
-¿Cuándo? -pregunte en su lugar.
-Mañana por la noche.
(...)

Muerto hasta el anochecer
Charlaine Harris

El Retorno del Rey

Eowyn and the Nazgul
John Howe

— ¡Vete de aquí, dwimmerlaik, señor de la carroña! ¡Deja en paz a los muertos!

Una voz glacial le respondió:

— ¡No te interpongas entre el Nazgül y su presa! No es tu vida lo que arriesgas perder si te atreves a desafiarme; a ti no te mataré: te llevaré conmigo muy lejos, a las casas de los lamentos, más allá de todas las tinieblas, y te devorarán la carne, y te desnudarán la mente, expuesta a la mirada del Ojo sin Párpado.

Se oyó el ruido metálico de una espada que salía de la vaina.

—Haz lo que quieras; mas yo lo impediré, si está en mis manos.

— ¡Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre viviente puede impedirme nada!

Lo que Merry oyó entonces no podía ser más insólito para esa hora: le pareció que Dernhelm se reía, y que la voz límpida vibraba como el acero.

—¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Eowyn hija de Eomund. Pretendes impedir que me acerque a mi señor y pariente. ¡Vete de aquí si no eres una criatura inmortal! Porque vivo o espectro oscuro, te traspasaré con mi espada si lo tocas.

La criatura alada respondió con un alarido, pero el Espectro del Anillo quedó en silencio, como si de pronto dudara. Estupefacto más allá del miedo, Merry se atrevió a abrir los ojos: las tinieblas que le oscurecían la vista y la mente se desvanecieron. Y allí, a pocos pasos, vio a la gran bestia, rodeada de una profunda oscuridad; y montando en ella como una sombra de desesperación, al Señor de los Nazgül. Un poco hacia la izquierda, delante de la bestia alada y su jinete, estaba ella, la mujer que hasta ese momento Merry llamara Dernhelm. Pero el yelmo que ocultaba el secreto de Eowyn había caído, y los cabellos sueltos de oro pálido le resplandecían sobre los hombros. La mirada de los ojos grises como el mar era dura y despiadada, pero había lágrimas en las mejillas. La mano esgrimía una espada, y alzando el escudo se defendía de la horrenda mirada del enemigo.


El retorno del Rey
Libro 5
J.R.R. Tolkien

domingo, 15 de noviembre de 2009

En las orillas del Sar

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman: —Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.


Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

En las orillas del Sar
Rosalía de Castro

Promethea



Promethea #1
Alan Moore


sábado, 14 de noviembre de 2009

Lenore




Lenore #2
Roman Dirge