jueves, 12 de noviembre de 2009

La Lluvia Amarilla


El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando. Como el río, se enreda entre las ovas tiernas y el musgo de la infancia. Como él, se despeña por los desfiladeros y los saltos que marcan el inicio de su aceleración. Hasta los veinte o treinta años, uno cree que el tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume. Per llega un momento en que el hombre descubre la traición de los años. Llega siempre un momento en el que, de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo. A partir de ese instante ya nada vuelve a ser igual que antes. A partir de ese instante, los días y los años empiezan a acortarse y el tiempo se convierte en un vaopr efímero- igual que el que la nieve desprende al derretirse -que envuelve poco a poco el corazón, adormeciéndolo. Y, así, cuando queremos darnos cuenta, es tarde ya para interntar siquiera rebelarse.

La Luvia Amarilla
Julio Llamazares

2 comentarios:

Mushi dijo...

eh! no me has dicho nada de mi retoque fotográfico... la foto no es mia... peero es de Ainielle, el pueblo en el que transcurre la historia, y se ve lo que queda de la Iglesia =(

Anónimo dijo...

jajaja esta muy bien :)
Y el cacho también me gusta ^^