lunes, 7 de diciembre de 2009

Los hombres que no amaban a las mujeres

—Recuerda que estoy loca.
Él asintió.
Ella lo contempló pensativa.
—No creo que tú y yo vayamos a ser amigos —dijo Lisbeth Salander con voz seria—. Ahora mismo estás ahí tumbado congratulándote de que sea tan estúpidacomo para dejarte vivir. A pesar de ser mi prisionero, sientes que controlas la situación; piensas que lo único que haré, si no te mato, es soltarte. Así que albergas la esperanza de recuperar muy pronto tu poder sobre mí. ¿A que sí?
Preso, de repente, de malos presentimientos, él negó con la cabeza.
—Te voy a regalar una cosa para que te acuerdes siempre de nuestro pacto.
Le mostró una malévola sonrisa, se subió a la cama y se sentó de rodillas entre sus piernas. El abogado Bjurman no sabía lo que ella quería decir, pero sintió miedo. Acto seguido, descubrió una aguja en la mano de Lisbeth.
Movió bruscamente la cabeza de un lado a otro e intentó girar el cuerpo hasta que ella apoyó una rodilla contra su entrepierna y, a modo de advertencia, le apretó con fuerza .
—Estate quieto. Es la primera vez que uso estos instrumentos.
Trabajó concentradamente durante dos horas. Al terminar, él ya había dejado de quejarse. Más bien parecía hallarse en un estado de apatía. Lisbeth se bajó de la cama, ladeó la cabeza y contempló su obra con mirada crítica. Su talento artístico dejaba mucho que desear. Las letras estaban torcidas, lo que les daba un toque impresionista. Le había tatuado un texto de cinco líneas, con letras mayúsculas azules y rojas que le cubrían todo el estómago y le bajaban desde los pezones hasta casi alcanzar el sexo: «SOY UN SÁDICO CERDO, UN HIJO DE PUTA Y UN VIOLADOR».
Recogió las agujas y metió los cartuchos de tinta en su mochila. Luego fue al cuarto de baño y se lavó las manos. Al volver al dormitorio se dio cuenta de que se sentía considerablemente mejor.
—Buenas noches —dijo.
Antes de marcharse, abrió una de las esposas y le dejó la llave encima de su estómago. Se llevó la película y el juego de llaves del piso.

Los hombres que no amaban a las mujeres
Stieg Larsson

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajaja que grande Lisbeth!!!